En España, de acuerdo con los baremos de la Unión Europea, una de cada cinco personas sufre “riesgo de exclusión”, es decir, está mal. Y cinco de cada cien ciudadanos sufren la llamada “privación material severa”, también conocida como hambre y frío.../...
No creo que eso nos quite el sueño. Aunque sepamos que no es así, actuamos como si ellos se lo hubieran buscado. Como si la pobreza fuera electiva. Como si ignoráramos (y no es el caso) que nuestra alimentación y nuestras comodidades dependen casi siempre del azar: dónde nacimos y quién nos educó. Los casos de heroica superación personal son muy pocos; la gran mayoría de las biografías son fruto del azar, de la inercia y de las condiciones sociales.../...
Seguiremos leyendo que la pobreza se resuelve creando riqueza. Qué más da que no sea cierto. La economía española creció más del 17% entre 2014 y 2018. En ese período, los porcentajes de pobreza se mantuvieron casi idénticos. Pero hablar de distribuir la riqueza, empezando por subir impuestos a quienes más tienen y siguiendo por discutir todo lo discutible en el sistema, se considera de mal gusto. Ni siquiera es progre: es rojo, antiguo y huele a rencor de clase.
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