El precariado se rebela en todo el mundo. En las últimas semanas ha demostrado su valentía en las calles y las plazas de Chile. También en las manifestaciones masivas del Líbano, en las acciones de los chalecos amarillos en Francia, y en Hong Kong. La indignación ha alcanzado un límite. La revuelta está en el aire.../...
En todos los casos hay un hecho concreto, a menudo pequeño, que sirve de detonante, y el objeto de las revueltas varía. Pero lo que convierte el resentimiento por las desigualdades y la inseguridad en una rebelión abierta es la doble sensación de que las políticas económicas y sociales —y las instituciones que las promueven— están moralmente corruptas y de que es deseable y posible construir una realidad alternativa.../...
¿Está justificada la revuelta? Es una pregunta difícil. Equivale a reconocer que los cauces democráticos normales están obstruidos y corruptos. Existe un sentimiento cada vez más extendido de que, con el recurso a lemas simplistas, las relaciones públicas y unos medios de comunicación que están sobre todo en manos de la plutocracia, es posible manipular a suficiente gente como para preservar el modelo neoliberal.../...
Y está por venir una pregunta aún más aterradora. ¿Está el Estado neoliberal construyendo poco a poco un aparato autoritario en el que las técnicas de vigilancia y otras similares puedan organizar movimientos en contra o permitir protestas de masas ocasionales y seguir adelante con impunidad? Los comentaristas señalan que, en los dos últimos decenios, ha habido más protestas masivas que nunca y, sin embargo, la situación ha empeorado. Existe un verdadero peligro de control autoritario. Si la energía del proletariado educado es capaz de movilizar nuevos movimientos progresistas, aún estaremos a tiempo de construir una política del paraíso para vencer nuestros peores miedos. Pero ese tiempo está acabándose.
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