La única vía de salvación que le queda a Puigdemont es la perpetuación de Torra en la Generalitat. Juega ya fuera del juego institucional y cocina a solas sus decisiones y sus tsunamis: sin que lo supiesen ni ERC ni su propio partido, acaba de proponer una nueva votación para ejercer el derecho de autodeterminación, inmediatamente después de recibir el 16 de octubre el apercibimiento del Constitucional contra esa pretensión. Nadie ya podrá mejorar los niveles de indigencia institucional de Torra, y su última oportunidad consiste en agitar la ingobernabilidad para forzar a Pedro Sánchez a gobernar la agitación, intervenir la autonomía y cargar así de razones a Torra para la victimización épica. Es el auténtico señuelo que habría que evitar a toda costa, y mientras se pueda.
El único agente político que puede plantarse hoy ante esa estrategia es ERC. El momentum que sueña Torra no parece a la vista, pero sí el momento de ERC para hacerse con el control del campo independentista. Porque el malo de esta fase de la película no ha de ser Pedro Sánchez, sino una ERC escarmentada tras el profundo error que empezó el 6 de septiembre y culminó el 27 de octubre. Lo único que de veras puede cambiar las cosas para el independentismo democrático es una mayoría electoral incuestionable, amplia e inequívoca.
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