POSTALES enviadas desde una melancolía que divide sus luces, reenciende sus fuegos. El pulso es fiero y las palabras en el alambre. Se pueden contar los vacíos, acechando, las líneas que los surcan. Al hilo, el tiempo también quiere vengarse de su calendario en estos nuevos poemas de Juanjo Ordóñez, que siempre cumplió la divisa ungarettiana de no evitar lo esencial, arrimarse entonces midiendo las distancias cortas entre las cosas. Así se respira una cosmología doméstica pero también una línea del horizonte que incluye nuestro propio nombre. El juego de la proximidad y la distancia a veces salta por los aires su aparente polaridad. Y la extrañeza no nos abandona nunca, somos sus habitantes declarados según la cartografía dibujada en un libro en que se habla del silencio como música primera, originaria, una matriz constituyente. Las dudas están tejidas a mano, suspensas. Y la vida no conforma las palabras, se dice aquí. Esta poesía escancia versos líquidos, para beber, coloquialmente, como “una música interior”, como una voz entregándose como alimento, pan para la memoria, porque todo es contra el olvido, esa cosa que no existe, como decía Borges.
Adolfo Montejo Navas
2/X/2019
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