En estos tiempos de pandemia, el miedo se nos ha deslizado a todos bajo la piel. Miedo a enfermar, a perder a un ser querido, a morir solo o tener que dejar solo a alguien, a perder el trabajo, a la ruina financiera, al aislamiento social, a la soledad y no menos miedo a que las propias fuerzas no basten para superar la crisis.../...
Todos estos temores tienen un motivo.../...Sin embargo, no hay nada que me asuste más que la entrada en escena de aquellos que lo único que pretenden es hacer pasar por miedo el desvarío, a quienes ya nada importa lo común, que no reconocen otro parámetro de referencia que su propia fantasía, que no explican su rabia, sino que solo quieren exteriorizarla, siempre en vertical, contra “los de arriba”, contra la supuesta “dictadura”, contra “los medios de comunicación”, contra “Bill Gates”, contra no sé qué conspiración que hay que combatir. El miedo que alegan estos movimientos no reacciona a la información, no admite preguntas, no acepta la realidad como corrección. Es un miedo cuya única finalidad es servir de coartada, de escudo retórico detrás del cual la agresión sin escrúpulos y el resentimiento desenfrenado campan a sus anchas.../...
Los falsos profetas no tienen interés en nombrar y hasta remediar las causas objetivas del descontento o el desamparo social. Lo único que les importa es inflamar los complejos emocionales susceptibles de apropiación, profundización y canalización. Quizá lo más repugnante de los profetas del presente sea que no se interesan lo más mínimo por los temores fundados y las necesidades de las personas en plena crisis de la pandemia. En realidad, no se interesan ni siquiera por los complejos elementos y las causas de la plaga mientras esta les sirva de vehículo narrativo para su visión violenta del “Día X”.
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