Cuarenta años de democracia —30 de ellos integrados en Europa— han hecho creer a muchos españoles que nuestra historia no es la que fue y que nuestra tradición democrática es la misma que la de los franceses o los ingleses. Y no es así. Los españoles venimos de donde venimos, esto es, de siglos de intolerancia y enfrentamientos entre nosotros y de una dictadura que laminó cualquier intento de convivencia y cuyas consecuencias perviven en el tiempo. Si a ello le añadimos un atraso cultural afortunadamente muy mitigado en estas últimas décadas y un patriotismo mal entendido que pervive en amplias capas de la población y que nada tiene que ver con la de los habitantes de los países de nuestro entorno, para los que el patriotismo es un sentimiento, no una ideología, tendremos la explicación a las diferencias que caracterizan a la política española, comenzando por su exacerbación. Parece que es imposible que nuestros políticos hablen con normalidad. Siempre están al borde del enfrentamiento.
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