domingo, 27 de octubre de 2019

La destructiva lógica kamikaze, por Jordi Gracia

La única vía de salvación que le queda a Puigdemont es la perpetuación de Torra en la Generalitat. Juega ya fuera del juego institucional y cocina a solas sus decisiones y sus tsunamis: sin que lo supiesen ni ERC ni su propio partido, acaba de proponer una nueva votación para ejercer el derecho de autodeterminación, inmediatamente después de recibir el 16 de octubre el apercibimiento del Constitucional contra esa pretensión. Nadie ya podrá mejorar los niveles de indigencia institucional de Torra, y su última oportunidad consiste en agitar la ingobernabilidad para forzar a Pedro Sánchez a gobernar la agitación, intervenir la autonomía y cargar así de razones a Torra para la victimización épica. Es el auténtico señuelo que habría que evitar a toda costa, y mientras se pueda. El único agente político que puede plantarse hoy ante esa estrategia es ERC. El momentum que sueña Torra no parece a la vista, pero sí el momento de ERC para hacerse con el control del campo independentista. Porque el malo de esta fase de la película no ha de ser Pedro Sánchez, sino una ERC escarmentada tras el profundo error que empezó el 6 de septiembre y culminó el 27 de octubre. Lo único que de veras puede cambiar las cosas para el independentismo democrático es una mayoría electoral incuestionable, amplia e inequívoca. LEER

Un campeonato de barbaridades, por Manuel Rivas

En la vida política española, y con la excitación de las vísperas electorales, se habla mucho de fragmentación, de hiperliderazgos, de inconsistencia y oportunismos, pero yo ahí comparto la visión de Torito: “La empiezan a zapallazo limpio”. El principal problema es que no hay estilo. La exhumación de Franco, y el desmontaje simbólico de Cuelgamuros como lugar celebratorio de la dictadura, podría ser la gran ocasión para sepultar mentalmente la pulsión autoritaria en la política. Sepultar en capas geológicas la triste historia de los absolutismos y tiranías, con sus secuelas de muerte, tormentos, prisiones y exilios. ¿Cómo cuantificar el tiempo de vida perdido? La única medida que puede compensarlo es la melancolía activa de la esperanza. Es difícil llegar a un acuerdo común sobre lo que queremos. Pero sería relativamente sencillo acordar lo que no queremos. Ante el cuadro de Goya Duelo a garrotazos, solemnizar ese juramento: nunca más. Nunca más España y anti-España, nunca más amigos y enemigos. La exhumación era esa oportunidad de la derecha nostálgica para saltar con buen humor del diván donde la tiene sujeta el síndrome de Creonte, el tirano que ­desoyó a Antígona cuando esta le reprochó la inhumanidad de humillar a los vencidos y no permitir el duelo a las familias. Por el contrario, causa estupor el ruido y la furia en las reacciones de altos dirigentes políticos. Un campeonato de barbaridades, en el que los garrotazos tienen la forma de exabruptos. La señora Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, y con motivo de la exhumación de Franco, podría dedicar un piadoso recuerdo para quienes no tienen tumba ninguna, más de 100.000 muertos a quienes incluso se les ha privado de lo único que tienen: la muerte. Pero lo que soltó fueron algunas de esas barbaridades que agravan el deshielo abrupto en el Ártico. Al calentamiento verbal se sumó de inmediato, y con mayor dosis todavía de dióxido de carbono, el portavoz ultra en el Ayuntamiento de la capital. Con información falsa, en una cadena pública, Ortega Smith se ensañó con la memoria de un grupo de muchachas, las llamadas Trece Rosas, fusiladas en 1939. En cualquier país, las resistentes a una tiranía son tratadas como heroínas. Aquí se les vuelve a hacer daño. Y no tardó en aparecer, abriéndose paso a barbaridades, todo un portavoz parlamentario, el señor Girauta, que en este caso emitió metano para dirigirse a un potencial aliado: “Un partido de lameculos paniaguados, mezclados con ladrones pijos, traidores, acomplejados inmorales…”. ¡Imaginen que fuera el enemigo! No es problema de partido o de ideología. Como diría Torito, cuestión de estilo. Tanto duró la dictadura que no está bien enterrado el dictador que todos llevamos por dentro y algunos por fuera. “Que seas una personalidad no significa que tengas personalidad”. Lo dice Quentin Tarantino, un bárbaro del estilo, que en Pulp Fiction quizás introduce la pregunta más pertinente en la competición grosera de la época: “¿Por qué creemos necesario decir estupideces para sentirnos a gusto?”. Ahora la consigna es la moderación. Un giro electoral. Espero que no sea un giro de 360 grados. LEER

viernes, 18 de octubre de 2019

¿Cómo pude olvidar tu nombre?, por Edurne Portela

Llevo días intentando acordarme del nombre de esa profesora de Historia del Arte que tuve en COU y que hizo tanto por mí. Recuerdo perfectamente su aspecto físico: era muy delgada, alta, de pelo negro seguramente teñido, cortado en melena al ras de la oreja. Tal vez entonces tenía la edad que tengo yo ahora. Sus ojos eran oscuros y su mirada cálida, la boca grande y los dientes un poco separados. Era algo desgarbada, tenía un aire despistado y bondadoso, normalmente vestía vaqueros, pero recuerdo que a menudo se daba un toque coqueto: un pañuelo anudado al cuello, unos pendientes largos. Recuerdo la emoción que sentía cuando la veía entrar en clase cargada con el carrito de las diapositivas porque eso suponía que ese día apagaría las luces, proyectaría imágenes, nos explicaría con su voz grave y algo nasal por qué las señoritas de Avignon me miraban al mismo tiempo de perfil y de frente.../... Y recuerdo que fue la única profesora que pensó que yo era una joven inteligente y sensible y que podía estudiar una carrera universitaria. Ella fue quien me dijo, por primera vez, que yo sabía mirar, interpretar y escribir. Y que debía estudiar una carrera en la que pudiera desarrollar esas habilidades. Antes de conocerla, lo único que había escuchado de profesoras, si acaso, era que “no iba a ser nada en la vida” (palabras de monja cuando llamaron a mi madre para invitarla a que me sacara de su colegio porque ahí no me querían más). Es cierto que mi historial de estudiante hablaba negativamente de mí, pero esa profesora de la que no consigo recordar el nombre despertó en mí dos cosas sin las cuales tal vez nunca hubiera seguido estudiando: el interés por el conocimiento y mi autoestima intelectual.

viernes, 4 de octubre de 2019

POSTALES enviadas desde una melancolía que divide sus luces, reenciende sus fuegos. El pulso es fiero y las palabras en el alambre. Se pueden contar los vacíos, acechando, las líneas que los surcan. Al hilo, el tiempo también quiere vengarse de su calendario en estos nuevos poemas de Juanjo Ordóñez, que siempre cumplió la divisa ungarettiana de no evitar lo esencial, arrimarse entonces midiendo las distancias cortas entre las cosas. Así se respira una cosmología doméstica pero también una línea del horizonte que incluye nuestro propio nombre. El juego de la proximidad y la distancia a veces salta por los aires su aparente polaridad. Y la extrañeza no nos abandona nunca, somos sus habitantes declarados según la cartografía dibujada en un libro en que se habla del silencio como música primera, originaria, una matriz constituyente. Las dudas están tejidas a mano, suspensas. Y la vida no conforma las palabras, se dice aquí. Esta poesía escancia versos líquidos, para beber, coloquialmente, como “una música interior”, como una voz entregándose como alimento, pan para la memoria, porque todo es contra el olvido, esa cosa que no existe, como decía Borges. Adolfo Montejo Navas 2/X/2019

PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE POEMAS "APAGADO SILENCIO" de Juan José Ordóñez