Son muchos los que un día abandonan su tierra para salir a pelear por sus vidas en lugares lejanos. La ruta más frecuente es dejar el campo y buscar suerte en la ciudad. Hasta que un día llega la muerte.../...
Qué fácil es escribir la palabra hogar cuando no has tenido que dejar tu tierra para comer. Cuando no has tenido que dejar tu casa y a tus muertos bajo las aguas de un pantano, cuando esas cuatro paredes ni siquiera existen, solo son posibles en algún lugar de tu memoria, en algún gesto que aún recuerdas y sigues reproduciendo con tus propias manos. Qué fácil pronunciar la palabra volver, cuando una nunca ha tenido esa certeza, la única que insiste y reclama, como ese instinto tan verdadero que lleva a alejarse y a esconderse a los animales cuando saben que van a parir o a morir. Y es que este dolor, como ellas y ellos, quiere irse a morir a su casa, a aquel lugar en el que menos años de su vida han pasado, pero al que vuelven siempre que pueden como si nunca se hubieran ido. Y el dolor crece y se aferra un poquito más cada vez que se hace imposible el regreso. Mancha, se apodera de la luz y se convierte en el centro, hace imposible la limpieza y la nada.
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