jueves, 19 de septiembre de 2019

Federalismo y Autonomía, por Patxo Unzueta

El conflicto territorial catalán parte de la incompatibilidad entre la vía federal y la de la autodeterminación.../... Federalismo y reformismo son las dos experiencias que cristalizan en la fórmula autonomista como la más equilibrada para dar salida a los conflictos territoriales de la Europa actual. El sistema democrático ha permitido la libre expresión del pluralismo político, incluido el nacional. Con el resultado de instituciones de autogobierno genuinamente representativas del sentimiento mayoritario en cada escalón y respetuosas con las minorías.../... El soberanismo catalán reciente sostiene que para plantear cualquier nueva iniciativa desde su campo será preciso ampliar su base social. Y pone como condición para cualquier acuerdo con formaciones constitucionalistas la aceptación del derecho de autodeterminación. Pero es contradictorio reclamar una ampliación de la base social y condicionar cualquier iniciativa de acuerdo a la previa aceptación de la autodeterminación. Pues esa ampliación solo sería posible sobre la base compartida de un autogobierno respetuoso con la legalidad. LEER

Volver a casa, por María Sánchez

Son muchos los que un día abandonan su tierra para salir a pelear por sus vidas en lugares lejanos. La ruta más frecuente es dejar el campo y buscar suerte en la ciudad. Hasta que un día llega la muerte.../... Qué fácil es escribir la palabra hogar cuando no has tenido que dejar tu tierra para comer. Cuando no has tenido que dejar tu casa y a tus muertos bajo las aguas de un pantano, cuando esas cuatro paredes ni siquiera existen, solo son posibles en algún lugar de tu memoria, en algún gesto que aún recuerdas y sigues reproduciendo con tus propias manos. Qué fácil pronunciar la palabra volver, cuando una nunca ha tenido esa certeza, la única que insiste y reclama, como ese instinto tan verdadero que lleva a alejarse y a esconderse a los animales cuando saben que van a parir o a morir. Y es que este dolor, como ellas y ellos, quiere irse a morir a su casa, a aquel lugar en el que menos años de su vida han pasado, pero al que vuelven siempre que pueden como si nunca se hubieran ido. Y el dolor crece y se aferra un poquito más cada vez que se hace imposible el regreso. Mancha, se apodera de la luz y se convierte en el centro, hace imposible la limpieza y la nada. LEER

Hora de Ribeyro, por Antonio Muñoz Molina

De vez en cuando, a lo largo de las muchas páginas y muchos años de sus diarios, Julio Ramón Ribeyro reflexiona con cierta melancolía sobre su incapacidad para escribir esas grandes novelas abarcadoras o totalizadoras que iban publicando casi todos los miembros de su generación latinoamericana. En algún momento anota que los lectores y los críticos europeos prefieren a novelistas de ambición épica: él, Ribeyro, que carece por completo de ella, que tiende a la escritura breve y a las historias de gente sin brillo, se da cuenta de que para ser celebrado en Europa le sería necesario irradiar un exotismo y una desmesura como los que cultivaban con tanto éxito los más celebrados de sus contemporáneos, García Márquez, Carlos Fuentes, Alejo Carpentier, el José Donoso de El obsceno pájaro de la noche o su compatriota y amigo intermitente Mario Vargas Llosa. Ribeyro dice que le dan envidia esas novelas que los críticos califican como “frescos”: grandes panoramas sobre épocas o países. “Yo nunca podré concebir un ‘fresco’, ni menos escribirlo, no cabe en mi espíritu abarcarlo”. LEER

domingo, 15 de septiembre de 2019

El espíritu de la novela, por Antonio Muñoz Molina

Escribir es una afición y un trabajo que se vuelve soluble en las tareas y las distracciones de la vida diaria, en un fluir continuo que incluye caminatas, conversaciones, ocupaciones domésticas, siestas lectoras, salidas gratas para tomar algo y no volver a casa demasiado tarde. Publicar es exhibirse. El libro es un producto frágil que requiere un grado inevitable de apoyo, casi de militancia. Uno es consciente, cuando publica un libro, de que ha de hacer un esfuerzo para ayudar a su difusión, en una época en que la cultura lectora no cuenta con el apoyo de los poderes públicos, y en la que los medios, también sumidos en la tribulación, se inclinan a celebrar sobre todo lo que les parece que lleva el sello de la moda o lo que ya es tan celebrado que no tendría ninguna necesidad de serlo más aún. De modo que el autor se siente en la obligación de hacer de publicista de sí mismo y viajante de su minoritaria mercancía, y de dar todo tipo de explicaciones sobre ella, aquí y allá, delante del público o en una entrevista, y ahora además en el espacio histriónico de las redes sociales.../... Siempre he huido de las pertenencias colectivas, más todavía cuando se exhiben en público. Desconfío de la facilidad con la que puede caer en la prepotencia quien se ve a sí mismo en una tarima delante de una sala llena de gente favorable: la tentación de la ocurrencia, el chiste seguro que ya ha funcionado otras veces, las competiciones de ingenio y de presunta agudeza con los colegas de mesa redonda, la calderilla de las anécdotas y las citas espurias. LEER

Fin a la hipocresía colectiva, por Stephan Lessenich

La perversión de nuestra sociedad de la abundancia es que para mantener las condiciones de vida, se hace necesario dañar a otros. Para gozar de sus pequeñas libertades, tienen que privar a otros de las suyas.../... La distribución asimétrica de condiciones de vida entre los países que nos hemos acostumbrado a llamar “desarrollados” y el mundo presuntamente “en desarrollo” radica en desigualdades geopolíticas que se han establecido durante siglos —en la época que se conoce por el nombre de “modernidad”—. Pero resulta que nuestra modernidad la hemos construido a través de la colonialidad, a modo de adueñarnos del trabajo, las tierras, la sabiduría, la vida de otros pueblos. Se sabe que ese proceso ha sido extremadamente violento y sangriento, pero con el tiempo ha sido “racionalizado” y las asimetrías económicas, ecológicas y sociales han quedado institutionalizadas en forma de regímenes políticos transnacionales, desde el Fondo Monetario Internacional hasta la Organización Mundial del Comercio o el Acuerdo de París. Basándose en esa constelación geopolítica y en su poderío militar, ha sido posible para las sociedades occidentales construir una estructura socioeconómica que solo funciona a costa de terceros. Un modo de producción y consumo que obedece a una racionalidad irracional, porque no puede dejar de producir daños materiales para seguir funcionando.../... Nuestra vida diaria y todo el orden institucional de las sociedades occidentales están íntimamente relacionados con procesos de externalización. Por ello, iniciar un proceso de transformación de nuestro modelo de producción y consumo equivale a un acto heroico. Renunciar a los beneficios de la externalización es renunciar a la vida a la que estamos acostumbrados y a la que muchos creemos tener un derecho casi legal a sostenerla. Hemos incorporado colectivamente las normas del individualismo liberal, e insistimos en la libertad individual de consumir cuando, donde y como queramos. En consecuencia, lo que se necesitaría para salir del dilema de la externalización sería algo equivalente a una revolución cultural. Porque una cosa está bien clara: al mundo no lo cambiamos a base de decisiones individuales de no usar las libertades que se nos ofrecen y de restringir nuestro consumo de energía o de recursos naturales. Las cosas solo cambiarán si colectivamente decidimos dejar de producir millares de cosas que restringen o anulan las libertades de otros. Lo que hará falta es un nuevo contrato social: juntos convenimos que no queremos seguir viviendo a costa de otros. LEER