Ordesa es la carta del náufrago que esperábamos desde hacía años. Llegó a las librerías cabalgando sobre una ola de espuma que al retirarse la dejó en la orilla, abandonada entre una cantidad notable de restos de lo más variado. No destacaba por su título ni por su portada, tampoco por el nombre de su autor, que no era conocido fuera de determinados circuitos. Pero bastaba leer la primera página para advertir que aquella llamada de socorro venía de lo más hondo de nosotros mismos. Nos reclamaba porque en cierto modo, además de sus protagonistas, éramos también sus autores.
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