viernes, 23 de marzo de 2018

Laicismo nacional, por Jorge Urdánoz

Una nación puede albergar en su seno otras naciones solo si concebimos la idea de nación no como un territorio en el mapa, sino más bien como una opción personal para la cual no existe ya —y esto es lo que han de entender todos los nacionalistas— ninguna verdad única o revelada. Esto es, si pensamos las naciones no mediante fronteras, necesariamente geográficas, sino mediante creencias, subjetivas por necesidad. LEER

miércoles, 21 de marzo de 2018

Parece que el electorado empieza a espabilar, por Paul Krugman

El programa político republicano no tiene misterio. Desde hace al menos 40 años, el objetivo político fundamental del partido ha sido la redistribución hacia arriba de la renta: menos impuestos para los ricos y grandes recortes en los programas que ayudan a los pobres y a las clases medias. Hemos visto funcionar ese programa en la política de todos los presidentes republicanos, desde Reagan hasta Trump, y en todas las propuestas de presupuestos de estrellas del partido como Paul Ryan, presidente de la Cámara de Representantes. LEER

La cultura de la contratación temporal, por Antón Costas

¿Por qué somos tan diferentes al resto de europeos en cuestiones relacionadas con la desigualdad de ingresos y de oportunidades? Somos el país donde mayor es la diferencia entre lo que ganan el 20% más rico y el 20% más pobre, casi siete veces; donde más ha aumentado la pobreza y el número de trabajadores pobres desde el inicio de la crisis; donde menos han crecido los salarios y más las remuneraciones de los altos ejecutivos de grandes empresas reguladas o con poder de mercado; y, donde más han aumentado los contratos temporales y a tiempo parcial. Todo esto es algo que me desconcierta como economista y me desasosiega como ciudadano. En todo caso, las consecuencias (económicas, sociales, individuales, familiares) son demoledoras. LEER

lunes, 19 de marzo de 2018

Otro milagro, por Manuel Vicent

Primero fueron los jóvenes, después las mujeres, ahora los jubilados. Atención, gobernantes ciegos e incompetentes, un nuevo ejército de viejos soldados está preparado para dar la batalla. Aunque parecen frágiles son duros como el pedernal porque llevan incorporado el sufrimiento por la vida y ya no tienen nada que perder. Creíais que se iban a conformar con bailar boleros y pasodobles en Benidorm, con jugar a la petanca en algún jardín municipal o con llegar derrengados de cualquier excursión de la tercera edad. Son pacíficos y conservadores, pero tienen en sus manos una papeleta de voto en forma de hacha. LEER

Las lenguas de España, por Miguel Barrero

Los romanos trajeron el latín a la península Ibérica y el idioma fue aclimatándose al entorno. Su código asimiló vocablos preexistentes y de esa combinación entre la nueva norma culta y las palabras viejas nacieron dialectos que convivieron durante varios siglos. La filología considera que esos dialectos —gallego-portugués, asturleonés, castellano, navarro-aragonés, catalán, las distintas variantes mozárabes— adquirieron la categoría de lenguas cuando desapareció aquella que los había engendrado. Su evolución fue desigual y dependió mucho del peso político que iban adquiriendo sus respectivos ámbitos geográficos. Cuando Alfonso X sustituyó el latín por el castellano, este idioma asumió la hegemonía comunicativa en lo que tiempo después sería el Reino de España. LEER

jueves, 15 de marzo de 2018

Gabrielillo en el cuarto de juegos, por Santiago Alba Rico

Había una vez un niño que se llamaba Gabriel o Gabrielillo, el Pescaíto para sus papás, el Pelusín para algunos de sus amigos. Era un niño normal; es decir, excepcional. Era gracioso, bueno, guapo, ingenuo y, como todos, un poco consentido. Estaba siempre maravillado. Le gustaban los peces del mar. Le gustaban los camaleones de las ramblas. Le gustaba el mundo y lo demostraba riéndose a carcajadas ante cualquier figura redonda o peluda o de colores. Estaba siempre como diciendo con la mirada y con los dientes: qué suerte haber llegado a un lugar como este, con cielo y tierra y lenguados y pasteles. A través de sus ojos, un lugar como este –que llamamos mundo– a los adultos nos parecía seguro, hermoso, apetecible, habitable. No es verdad que los niños transporten un mundo nuevo; transportan un mundo más antiguo, antes del Diluvio y de Caín, antes de los trabajos y los días, antes de la lucha de clases, antes incluso del amor con todas sus perrerías. Los niños transportan un mundo enteramente a su medida en el que las piedras parecen piedras y las palmeras parecen palmeras y en el que, si en el camino aparece un palo o en la montaña una cueva, es porque eso es justamente lo que en ese momento sueñan o necesitan. “Gabrielillo, ¿qué has pescado este año?”. “Un rehfriaó”, nos decía riéndose con ese acento almeriense que daba aún más cuerpo a su infancia sin heridas. LEER

miércoles, 14 de marzo de 2018

Recetas contra el fanatismo, por Amos Oz

Sin embargo, hay que recordar que casi nunca es posible acabar con una idea, ni siquiera con una idea retorcida, tan solo a palos. Es necesaria una respuesta, una idea alternativa, son necesarias unas creencias más atractivas, unas promesas más convincentes. No me opongo de ninguna manera al uso del palo contra los asesinos. No soy pacifista, no creo en lo de ofrecer la otra mejilla, ni tampoco comparto esa idea tan extendida de que la violencia es el mal absoluto. Desde mi punto de vista, el mal más extremo no es la violencia en sí misma, sino la agresividad. La agresividad es “la madre de toda la violencia”. La violencia es la materialización de la agresividad. Efectivamente, muchas veces hay que contener la agresividad a palos. Lo que pasa es que esos palos deberían ir acompañados de una idea atractiva y convincente. Sin una idea así, los fanáticos, sean del tipo que sean, ocuparán el espacio vacío. LEER

sábado, 10 de marzo de 2018

Noam Chomsky en Babelia (10.03.18)

Hace ya 40 años que el neoliberalismo, de la mano de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, asaltó el mundo. Y eso ha tenido un efecto. La concentración aguda de riqueza en manos privadas ha venido acompañada de una pérdida del poder de la población general. La gente se percibe menos representada y lleva una vida precaria con trabajos cada vez peores. El resultado es una mezcla de enfado, miedo y escapismo. Ya no se confía ni en los mismos hechos. Hay quien le llama populismo, pero en realidad es descrédito de las instituciones. LEER