Entre las bondades de leer ficción, la primera, por obvia que parezca, es llegar a conocernos mejor. Proust, a quien hoy pocos negarán sus aptitudes para la ciencia cognitiva, afirmaba que cada lector, cuando lee, es el propio lector de sí mismo. Añadía que la obra del escritor no es más que una suerte de instrumento óptico que este ofrece al otro para permitirle discernir lo que, sin ese libro, no habría podido ver por sí mismo. Adentrarse en el universo de las novelas es vivir múltiples vidas.../...
Leer nos sitúa en un espacio intermedio: a la vez que dejamos en suspenso nuestro yo, nos vincula con nuestra esencia más íntima, un bien valioso para mantener cierto equilibrio en estos tiempos de distracción. La lectura, decía María Zambrano, nos brinda un silencio que es un antídoto para el ruido que nos rodea. Nos procura un estado placentero similar al de la meditación y nos aporta los mismos beneficios que la relajación profunda. Al abrir un libro conquistamos nuevas perspectivas, pues la ficción comparte con la vida su esencia ambigua y polifacética.
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