Con el paso del tiempo aparecen nuevas texturas en nuestro cuerpo cansado y quejoso que tienen que aprender a convivir con nuestra mente todavía ilusionada y luminosa. Tenemos nuestros pensamientos sumergidos en la energía vital de la juventud que se alarga porque cada día nos sentimos más seguras y estamos llenas de ideas y proyectos. Nuestro pensamiento es vitalista. Nos sentimos siempre jóvenes. Somos como aquellos replicantes que se negaban a desconectarse. Aquellos androides de vida operativa limitada que quieren revelarse y se lamentan de su suerte. Nos invade la misma angustia que sienten los replicantes, el mismo deseo de esos androides que todavía quieren seguir existiendo. Y es que, cuando las mujeres entran en la madurez, pareciera como si muchas sociedades quisieran olvidarse de ellas. Si miramos las estadísticas, solo unas pocas alcanzan puestos relevantes en empresas y grandes compañías. Las proporciones en la industria privada siguen siendo demasiado desequilibradas. Nos hacemos fuertes en las oposiciones y los concursos públicos, pero en las jerarquías de los espacios privados la meritocracia no cuenta. No cuenta la inteligencia y el esfuerzo sobresaliente que pondría a muchas mujeres con una larga experiencia en los más altos cargos de gestión empresarial.
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