miércoles, 21 de junio de 2023

LA NEUROCIENCIA Y CÓMO EDUCAR EN EL SIGLO XXI, por Carmen Pérez-Lanzac

LA NEUROCIENCIA Y CÓMO EDUCAR EN EL SIGLO XXI CARMEN PÉREZ-LANZAC 18 JUN 2023 – (IDEAS- EL PAÍS) Hay una mujer en Francia que está preocupada por la salud mental de los más pequeños y que tiene un mensaje con el que va a todos lados: necesitamos una revolución educativa, cambiar el trato que les damos a los niños. Los recientes avances neurocientíficos señalan que los castigos, los gritos, las amenazas no solo no funcionan, sino que acaban afectando al cerebro de los menores y causando cambios permanentes que, a la larga, les provocan problemas como depresión o ansiedad. Urge que muchos modifiquemos nuestra relación con los menores. La idea de que hay que redefinir nuestra relación con los pequeños está muy extendida. Abundan las opiniones sobre este asunto, todo el mundo tiene la suya. Aunque los adoremos, a veces es complicado que no se escape un grito. La contención no es cosa fácil. En redes sociales, millones siguen a los gurús de la llamada “educación positiva”, aunque algunos no saben que este sector está viviendo un auge científico. La mujer francesa con un mensaje es Catherine Gueguen (1950, Caen, Normandía), pediatra durante 28 años del hospital franco-británico Levallois-Perret, a un paseo del Arco del Triunfo de París. Cuando habla, Gueguen también aporta datos globales de Unicef: cuatro de cada cinco niños son sometidos a una educación violenta verbal o físicamente. El 80% de ellos recibe azotes o tortazos u otros castigos corporales. Y aporta los resultados de una reciente encuesta (octubre de 2022) en Francia: el 79% de 1.314 cabezas de familia reconocía usar violencia psicológica al educar a sus hijos. “Puedes pensar que la violencia no está muy extendida, pero créeme, lo está”, dice. “Como pediatra he oído a muchos padres contarme que cuando pierden los nervios castigan, amenazan o incluso golpean a sus hijos”. Gueguen tenía 44 años cuando se publicó un libro que dio un vuelco al conocimiento de que disponíamos sobre nuestra mente: El error de Descartes: la emoción, la razón y el cerebro humano, de 1994, del neurólogo de origen portugués Antonio Damasio, premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica de 2005. En él, el neuroinvestigador otorgó a nuestras emociones y sentimientos el papel que merecen en nuestro comportamiento. “No le dábamos importancia, lo considerábamos algo secundario”, dice Damasio por teléfono. “Y sin embargo, las emociones son esenciales. Quise darles el papel que les corresponde; son las que nos hacen humanos”. El mensaje del libro es que Descartes se equivocó al afirmar aquello de “pienso, luego existo”. En opinión de Damasio, lo que deberíamos afirmar es “existo, luego pienso”. Para ello, describió el funcionamiento de la corteza prefrontal, una zona de materia gris de varios milímetros de espesor que está encima de las órbitas oculares, que conecta distintas zonas del cerebro con otras que determinan nuestra respuesta motora y psíquica. Demostró que las emociones y los sentimientos desempeñan un papel clave en nuestra racionalidad. Para poder llegar a esta conclusión, midió los campos magnéticos que producen las corrientes eléctricas que atraviesan nuestra mente. Antes, este tipo de investigaciones solo eran posibles abriendo el cráneo con bisturí. Pero en las últimas dos décadas, los avances en el material que ayuda a estudiar este órgano crucial han disparado la información de que disponemos. Desde distintos puntos —Estados Unidos, Canadá, norte de Europa, Australia y China...—, semanalmente se publican estudios neurocientíficos sobre algún aspecto de la plasticidad de nuestro cerebro. Aquí nos centraremos en los que tratan sobre los efectos en el cerebro infantil de la llamada “educación negativa”, en la que los menores son víctimas repetidamente de algún tipo de traición en la confianza que estos depositan en sus cuidadores. Para entendernos: hablamos de maltrato, y por este se entiende agresiones verbales que buscan humillar, denigrar o causar miedo al niño, o abusos emocionales que causan en el menor vergüenza o culpa, además de otras formas de maltrato físico como los golpes. Durante sus primeros años, la neurociencia estudiaba los casos más graves, de niños huérfanos o de víctimas de maltrato severo. “Pero poco a poco nos hemos ido acercando a las familias más comunes”, afirma la neuroinvestigadora holandesa Sandra Thijssen, experta en desarrollo infantil del Instituto de Ciencias del Comportamiento, de la Universidad de Radboud. En 2018, la Academia Estadounidense de Pediatría publicó una lista de recomendaciones advirtiendo de los peligros de la educación dura. En el país hay una red de universidades que elaboran este tipo de investigaciones y comparten sus resultados para aumentar el conocimiento. Martin Teicher, profesor de Psiquiatría en la Universidad de Harvard y director del Programa de Investigación en Biopsiquiatría del Desarrollo en el Hospital McLean (Boston), es uno de los pioneros que participa en esta red. Dice por correo electrónico que en su opinión, el aprendizaje de cómo debemos tratar a los niños y adolescentes debería incluirse en el currículum escolar de secundaria para que los jóvenes ya adquieran nociones de los riesgos reales para los menores. Los estudios neurocientíficos señalan que cuando los menores víctimas con frecuencia de maltrato verbal alcanzan la adolescencia, “son menos creativos, curiosos, tienen menos capacidad de adquirir conocimientos nuevos y más predisposición a la tristeza y a la depresión”, dice David Bueno i Torrens (Barcelona, 58 años), biólogo especialista en genética y neurociencia y director de la primera cátedra de España en Neuroeducación (en la Universidad de Barcelona), pues en nuestro país esta especialidad está dando sus primeros pasos. Se activan las mismas zonas del cerebro, dice el biólogo, lo que cambia es la relación entre sus distintas zonas. “Con una educación negativa la amígdala cerebral se vuelve más reactiva a las emociones negativas, y la zona que gestiona las emociones, la prefrontal, tiene menos capacidad de gestionar la ansiedad, el estrés”, continúa. A esos menores, más apáticos, les cuesta más motivarse. Pueden caer en el consumo de drogas en su búsqueda de estímulos. Para poder extraer conclusiones, los expertos necesitan un número muy amplio de voluntarios y a través de tests deducen el estilo educativo de los cabezas de familia. Según Bueno, en España la parentalidad negativa es más habitual en hogares de nivel sociocultural muy alto o muy bajo. ¿Qué vemos en la aristocracia española? “Muchas juergas. Y eso es por una falta de apoyo parental. Exigen mucho y no dan nada a cambio emocionalmente hablando. O dejan que otro se implique por ellos. No hacen su papel de progenitores. Y las familias pobres a veces delegan en las calles o en el sistema educativo. No cumplen con la necesidad emocional que tienen sus hijos de que estén presentes para ellos”. Sarah Whittle, psiquiatra y psicóloga australiana del Centro de Neuropsiquiatría de Melbourne, comprobó que crecer en un barrio pobre o desfavorecido provoca cambios en la función cognitiva y en la salud mental de los niños. Encuestó a 7.500 menores de distintas clases sociales y sugirió que sería útil que tanto los padres como los profesores de estos menores recibieran apoyo para entender que sonreír con frecuencia a los pequeños y hacerles sentir queridos cuando estén enfadados o enrabietados puede compensar otros aspectos negativos de su entorno vital. Cuando castigamos a un menor, ¿qué es lo que pasa en su cerebro? Como ha escrito el psicólogo y doctor en educación Rafa Guerrero (autor de Educar en el vínculo, de 2020), al niño se le activan las zonas inferiores del cerebro, las encargadas de la supervivencia. Se liberan grandes dosis de adrenalina y cortisol, lo que incita a la acción e impide pensar. El castigo invita ciegamente a la venganza. “Al estar hiperactivada la parte del sótano cerebral (instintos y emociones), difícilmente se puede conectar con el ático cerebral (pensamiento crítico, razonamiento, funciones ejecutivas, etcétera). No podemos ser conscientes ni pensar sobre lo ocurrido y solo obedecemos a nuestra parte más instintiva y emocional”. No existe un aprendizaje real. Para ello es imprescindible el amor, el respeto, la paciencia y los buenos tratos. Y si no podemos castigar a nuestros hijos, ¿de qué forma podemos hacer que entiendan las normas que intentamos transmitirles? “Ese es el quid de la cuestión”, dice Guerrero. No faltan voces que sostienen que un azote, o encerrar a un niño de dos años en una habitación ayuda a que mejore su comportamiento, como dice la psicoanalista francesa Caroline Godman. Pero la neurociencia apunta en otra dirección. “En España se diría que solo hay dos tipos de padres”, dice el neuropsicólogo experto en educación Álvaro Bilbao: “Los padres superpermisivos que no ponen límites y los padres tradicionales de mano dura”. Pero hay, destaca, un nutrido grupo intermedio que pone límites con firmeza, o por lo menos lo intenta, ayudando a los menores a tener confianza y seguridad en sí mismos. Durante el confinamiento de 2020, cuando aumentaron los conflictos internos en las familias, se incrementaron las peticiones de cursos de gestión de las emociones para los padres. Mari Carmen Morillas, presidenta de la Federación de Padres y Madres del Alumnado de la Comunidad de Madrid Giner de los Ríos, cuenta que han pedido al Gobierno regional que añada la figura del psicólogo en los centros educativos, donde también existe la educación negativa, para que haga una labor trasversal con los menores y también con educadores y padres. Gueguen, siempre emocionada con el avance científico que se está dando en los últimos años, tardó en enterarse de la publicación del libro de Damasio, pero, una vez lo leyó, entendió que ante la evidencia de que los humanos nos vemos influenciados por nuestros sentimientos, urgía que se tomaran medidas para que muchos padres tuvieran una relación más saludable con sus propios hijos. Le preocupa lo que llama “la fidelidad incondicional de los hijos hacia sus padres”. Es decir, que aquellos padres que han sido a su vez educados de una forma dura o con signos de maltrato replican a menudo ese modelo. “Puede ser muy doloroso poner en duda a los propios padres”, afirma Gueguen. “Muchos hacen propias frases como ‘así aprenderás’, ‘así progresarás’, mientras los castigan”. Desde hace cinco años, la pediatra forma a profesionales de la infancia como médicos, psicólogos, educadores o matronas y dirige una diplomatura de la Sorbona de acompañamiento en la crianza. En 2018 publicó Feliz de aprender en la escuela. Cómo las neurociencias afectivas y sociales pueden cambiar la educación (Grijalbo). Gueguen resume lo que se espera de un padre que intenta educar a un hijo de la forma correcta: se trata de una persona ante todo empática y benevolente consigo misma, conectada con sus propias emociones, que sabe expresarlas y habla de ellas con su hijo. “Sabe que criar a un hijo es una fuente de felicidad, pero también puede ser extremadamente difícil, que cometerá errores y que ver a tus padres reconocerlos y disculparse es muy educativo para el niño”. Cuando el progenitor ha desarrollado esta benevolencia hacia sí mismo, sabe cómo transmitirla a su hijo y este, a su vez, “florece”, asegura. Gueguen era una de las expertas que tenían los oídos bien abiertos cuando la Organización Mundial de la Salud y Unicef publicaron un llamamiento a los gobiernos pidiendo la puesta en marcha de un mínimo de cinco sesiones de acompañamiento en crianza para padres o tutores de menores. Por desgracia, el llamamiento se publicó en plena ola poscovid, y no tuvo la difusión esperada. Se basaban “en más de 200 ensayos” publicados en los últimos 20 años. Sostienen que asistir educativamente a los padres cuando vayan a ponerle las vacunas al menor tendría efectos enormemente positivos para la salud mental de los pequeños. “Lo creemos porque se ha comprobado”, afirma Benjamin Perks, representante adjunto de Unicef. “Tenemos los datos delante de nuestras narices. Es el momento de poner en marcha estos programas de apoyo, el daño que causan estas prácticas está muy extendido y los datos demuestran que es posible prevenirlo. En EE UU y Europa se gasta alrededor de 1,2 billones de euros para paliar este problema. Por una fracción lograríamos que la situación mejorara infinitamente”, termina Perks. “Es preciso que los padres y los educadores sean acompañados a lo largo de sus vidas y profesiones”, insiste Gueguen. Necesitan, dice, ser comprendidos, no culpabilizados y que sepan que ocuparse de un menor puede ser muy difícil, altamente exigente y que se equivocarán a menudo y necesitarán apoyo. Para el neurólogo Antonio Damasio, el hombre que nos quitó la venda de los ojos, ¿cuál debería ser el siguiente paso en la investigación? “La consciencia de nosotros mismos y de los demás está muy relacionada con nuestras emociones, no con nuestro intelecto”, afirma. “Y creo que lo que deberíamos empezar a investigar qué papel juega realmente: ¿qué rol tiene la consciencia en nuestro cerebro?”.

miércoles, 14 de junio de 2023

La guarra cultural mata, por Jordi Amat (El País; 11/06/23)

Doblo mi ejemplar para asediar a Jorge Dioni con una frase que he subrayado de El malestar de las ciudades hasta agujerear la página 59 de su libro. “Guerras culturales para evitar el conflicto sobre el modelo económico”. Estamos sentados en la terraza cutre de un bar en una calle peatonalizada hace pocos meses en el centro de Barcelona. Vamos a presentar su ensayo sobre cómo se ha configurado la realidad donde vivimos: la ciudad neoliberal. Luego, de vuelta a casa, ordenaré mis papeles y seguiré leyendo con melancolía el estudio que me tiene atrapado desde hace unos días: Auge y caída del orden neoliberal. Ya en la introducción el profesor Gary Gerstle escribe una variante de la frase de Dioni. Identifica al presidente Bill Clinton como el hombre que consiguió que el Partido Demócrata aceptara el orden neoliberal, aprobando una serie de paquetes legislativos que reestructuraron el sistema de comunicación y el financiero y que tuvieron una influencia decisiva en la economía política de las dos primeras décadas del siglo. Apenas hubo discusión sobre esa deriva, afirma Gerstle: “su significado ha quedado empañado por la cortina de humo generada por las encarnizadas guerras culturales de la década”. Y esa óptica sobre la identidad de la comunidad habría desplazado el análisis sobre la realidad material, descuidando la crítica sobre cómo se iba haciendo estructural un proyecto de transformación económica y, por tanto, social. Una de las consecuencias de ese cambio las enfatiza Michael Sandel en la nueva edición de El descontento democrático: “no estamos acostumbrados a prestar atención a las consecuencias cívicas del poder económico”. Estamos enfrascados en otras batallas. La principal batalla cultural en España —nuestra gran cortina de humo— es la pulsión que se retroalimenta entre nacionalismos enfrentados. He visto a las mejores mentes de mi generación, aquí y allí, destruidas por esta locura. Esta batalla explica por qué la política de pactos parlamentarios del Gobierno de coalición con partidos nacionalistas apenas se evalúe en función de las políticas aprobadas, mejores o peores, ya sea la reforma laboral, la de las pensiones o la ley de la vivienda. Nuestra batalla cultural trastoca el análisis y tiene la capacidad de embalsamar otra vez el debate público en el territorio de la invertebrada angustia orteguiana, como si la respuesta a la pregunta sobre qué es España, por Dios, qué es, fuese a modificar en algo las condiciones de vida de los ciudadanos. Situar el foco en esta dimensión identitaria, en realidad, excita las bajas pasiones, el rencor y la rabia, y nos aleja de comprender cómo actúan las principales fuerzas del orden neoliberal, que en España son el Partido Turístico y el Partido Inmobiliario, siguiendo el argumentario de Jorge Dioni. Mientras vivamos en las ruinas de ese orden, para usar ahora la imagen de Gerstle, esas fuerzas actuarán para proteger sus intereses legítimos y evitar así el principal desafío que enfrentan hoy los gobiernos para reafianzar la democracia: la adopción de políticas económicas que se impongan sobre los mercados financieros (plagio esta frase del libro de Sandel) que hegemonizaron el orden de una globalización que se acaba. Plantear la pregunta de las elecciones generales como una dicotomía polarizadora emociona, porque parece que la continuidad de la democracia o la nación esté verdaderamente en juego, pero esa opción invisibiliza la política social y económica. No se trata de dar datos y más datos. “Dato no mata relato”, escribe Dioni en su libro. Pero hay un relato alternativo a partir de los datos y lo hecho, lo planificado y lo ejecutado. Las medidas para desactivar las pasiones de nuestra batalla nacional (los indultos), las que han posibilitado la mejora de la calidad de los contratos y la caída de la temporalidad (la reforma laboral), las que apuestan por una reindustrialización propulsada por los Fondos Next Generation EU, en cuyo diseño la aportación española fue tan destacada. Hay ingredientes para “construir un discurso propositivo de corte nacional” (robo ahora a Germán Cano). Vaya, lo que nos dijo Sandel: “la izquierda debe ofrecer una visión positiva del patriotismo”.

jueves, 8 de junio de 2023

El fascinante ritual de leerle un cuento a un niño, por Miguel A. Delgado ( El País, 4/06/23)

Termina la jornada. Tras un largo día, ni las pequeñas ni tú podéis más, pero eso nunca disculparía que os saltarais el ineludible ritual de que les leas un cuento. Y es algo que sigues disfrutando, aunque ese reloj intangible que todos tenemos en nuestro interior te avise de que tiene fecha de caducidad y que esta cada vez está más próxima. Pronto, las niñas rechazarán rotundamente la perspectiva de que les cuenten cuentos, porque ya solo les importará ser un simulacro de adultas. Pero eso aún no ha pasado. No, aún no, y te aprestas a cumplir con ello y disfrutarlo. Estamos hechos de historias. Escribo esta frase consciente de que difícilmente ganará un premio a la originalidad. La introduzco en el buscador de Google y, en efecto, veo que la escribió en algún momento Eduardo Galeano. Pero me atrevería a decir que ni siquiera él debió de ser el primero en pensarla; en realidad, a poco que se dedique un momento a buscar algo que nos defina a la perfección, hay muchas posibilidades de reparar en ello. Si algo hemos visto una y otra vez en estas páginas es que nuestro cerebro tiene pánico al caos, al sinsentido, a que las cosas sucedan sin un porqué. Nuestras prodigiosas neuronas captan constantemente la información que reciben y la analizan sin interrupción, y la potencia de nuestra mente construye con ella patrones, relatos, ordena las piezas que a simple vista no están relacionadas y busca un significado a todo. En el universo, en el mundo, ante nosotros e incluso en nuestro interior, cada acción tiene una reacción. Eso es lo que permite a la ciencia avanzar, comprender las causas de los hechos observables, que a su vez nos llevarán aún más lejos. Pero sería mucho decir que existe un relato como tal, una historia con un propósito, un sentido, unas vicisitudes y un final coherente con lo sucedido hasta entonces. Eso entraría, más que en el campo de la ciencia, en el de las religiones, que también cuentan con su correspondiente nómina de héroes y villanos, la salsa de cualquier relato que se precie. De hecho, son en sí mismas relatos que ahuyentan el fantasma de lo imprevisible y en apariencia sin sentido(…) Así que, sí, estamos hechos de historias. Nuestra propia existencia es una historia. Necesitamos las historias, aunque no acaben bien, y las buscamos con ahínco desde pequeños. Es un hecho probado que, a pesar de la proliferación de las pantallas, del sobreestímulo de relatos que nos rodean, todavía hay millones de niños que, cada noche, se duermen mientras un adulto les lee un cuento. No importa que hayan cambiado los soportes, que ahora existan formatos con mayor capacidad de llegar hasta la mente infantil para atrapar su atención; la imagen de un padre o una madre leyéndole a su hijo un relato, normalmente sacado de un libro ilustrado, podría parecer una anomalía, algo más propio de un mundo más antiguo, uno en el que los adultos trenzaban historias para exorcizar peligros y amenazas, y así acompañar a los más pequeños en su particular descenso hacia las profundidades del sueño. Podemos pensar que las historias que contamos han cambiado mucho a lo largo de los miles de años que llevamos aquí. Al fin y al cabo, no son lo mismo las andanzas del Homo sapiens que vivía en una cueva que las de un sapiens que navega por internet, habla con sus compañeros de oficina a través de una pantalla o elige qué ver entre una amplia oferta desde el sofá. Y, sin embargo, hay algo atávico en esas historias, en cómo se construyen, que ha permanecido inalterado. Nada extraño, si tenemos en cuenta que, aunque creamos que hemos evolucionado muchísimo, seguimos teniendo prácticamente el mismo cerebro que el de nuestros venerables antepasados. Un cerebro que continúa descifrando la realidad e interpretándola igual que lo hacía entonces, y que por eso mismo es estimulado por las mismas cosas. Como afirma José Enrique Campillo, nuestro cerebro no fue creado para concebir ni la vastedad del universo ni la infinitesimalidad de lo cuántico, realidades ambas que han irrumpido entre nosotros, con las que tiene que lidiar un tejido neuronal diseñado para el presente más inmediato y contundente, en esencia el mismo cerebro con el que los cazadores recolectores tenían que arreglárselas para sobrevivir en un mundo eminentemente hostil. Pero lo más curioso es que, al final, es muy probable que el mecanismo con el que logremos montar la historia que nos explique esos vastos conceptos se construya de forma parecida a como lo hacían nuestros más remotos antepasados. El relato que nos atrapa es el que logra interrumpir nuestro monólogo interior, ese que nos acompaña a cada instante y que va continuamente otorgando ese sentido que tanto necesitamos a cualquier cosa con la que nos vamos encontrando, incluso en la calle, y que, en realidad, no tiene por qué guardar relación con nada. Nuestro cerebro se ha encargado de dar una coherencia a hechos que son, en gran medida, fortuitos y hasta caóticos. Por eso, para que un relato nos cautive tiene que tener un comienzo que rompa con lo previsto y, así, capte nuestra atención. O incluso contener unas palabras mágicas que, en cierta forma, ejerzan de conjuro, de rito que indique que abandonamos lo que conocíamos para adentrarnos en un mundo nuevo; en este sentido, “Érase una vez” puede ser tan eficaz como “Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé”. Estrategias distintas, mismo resultado. Si es la primera vez que leemos el cuento que ahora estamos contándoles a nuestras hijas, al posar los ojos sobre el texto escrito, la combinación de lo que vemos y de la acción de nuestro cerebro irá descifrando lo que, previamente, el autor codificó. Y lo más fascinante es que nuestra mente, y por extensión la de las niñas que nos escuchan, irá construyendo la realidad al mismo ritmo con el que vamos escaneando cada palabra, e incluso adelantando lo que va a continuación, en una sucesión vertiginosa de posibilidades hasta que solo quede una opción. En cierta forma, es como cuando el teclado predictivo del móvil sugiere palabras, mientras vamos escribiendo, hasta quedarse con la versión definitiva. Cada noche, con cada lectura, en una penumbra apenas rota por una pequeña lámpara, se produce uno de los procesos más fascinantes de un día lleno de momentos casi mágicos. Porque, al leer lo que alguien antes imaginó, quizá apoyándose en imágenes creadas por algún ilustrador, estamos poniendo en marcha poderosos procesos mentales, que seguramente nos pasen tan inadvertidos como los que nos permiten descifrar la hora en la esfera de un reloj, simplemente porque se han vuelto cotidianos. Pero, a la vez, al verbalizarlos, estamos añadiendo capas sobre capas de magia. Si cada lectura es única, si cada lector reconstruye a su modo lo que el autor previamente imaginó, lo mismo hace el niño a partir de lo que escucha, desde su propia perspectiva, todavía no tan ahormada como la nuestra. Y lo verdaderamente maravilloso es que, de esa suma de relatos únicos que proceden de varias fuentes (el autor, el adulto que lee, el niño que escucha), surgirá uno de esos momentos capaces de perdurar. Quizá por eso sigue teniendo algo de ritual el contarle un cuento a un niño. Quizá por eso, también, haya conseguido mantenerse frente al tsunami de soportes y plataformas nuevos. Y ojalá que lo siga haciendo. (Este estracto es un adelanto de "La costumbre ensordece.La fascinante histotria que esconden nuestras rutinas diarias", de Editorial Ariel.