Hay personas que no pertenecen este mundo, aunque se hayan adaptado a él. La adaptación, en muchas ocasiones, es tan buena que ni siquiera ellas son conscientes de su naturaleza foránea. Para despertenecer a este mundo no es preciso haber venido de fuera. Se puede ser de fuera habiendo venido de dentro. Los peces de factoría, por ejemplo, aunque proceden del agua, son alienígenas. Si te sirven bien cocinada una lubina de criadero, te parecerá una de pincho, a menos que seas un gourmet. Pero esa lubina lleva generaciones y generaciones sin conocer el mar. Sus ancestros y ella misma han nacido y vivido en una piscina, alimentados con piensos, libres de depredadores, y puestos a salvo de las infecciones y parásitos de la naturaleza por los veterinarios.
He conocido matrimonios en los que ella era extraterrestre y él no (o viceversa). Pero se consumían el uno al otro (o la otra al uno) como si ambos fueran terrícolas. Una de las tareas de la educación consiste en ahormar al extraño para que él mismo acabe convencido de que es de piscifactoría. Los poetas, por lo general, son seres humanos de pincho, de ahí que no entiendan la piscifactoría del mundo. Cabe suponer, claro, que tampoco sus lectores la entienden.
No pasa nada por no entender el mundo si logras fingir que lo comprendes. Imaginemos una lubina extraída del océano y arrojada a un criadero artificial. ¿Qué debe hacer para sobrevivir? Disimular su origen. Hacer como que le parecen normales las costumbres de la alberca esterilizada en la que ha ido a caer. Una lubina de criadero, en cambio, arrojada al mar, no tendría tiempo de adaptarse, pues sería devorada de inmediato. Es lo que les ocurre a los poetas obligados a vivir como si fueran normales: que son devorados por los depredadores que viven en la normalidad, de ahí que muchos mueran jóvenes.
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