Primer motivo. Kafka escribe en uno de sus aforismos: “El animal le arrebata el látigo al amo y se azota a sí mismo para convertirse en amo”. El animal se figura que como es él quien se flagela a sí mismo entonces es libre. Nos explotamos voluntaria y apasionadamente, figurándonos que nos estamos realizando. Quien ejerce aquí la presión destructiva no es el otro, sino yo mismo. Esa presión viene de mi interior. No es el amo quien me explota, sino que yo me exploto a mí mismo. Soy a la vez amo y esclavo. En esta sociedad de flagelantes no es posible la revolución.
Segundo motivo. El neoliberalismo es un capitalismo del “me gusta”. Se distingue radicalmente del capitalismo del siglo XIX, que trabajaba con coerciones y prohibiciones disciplinarias. El poder del régimen neoliberal tiene un aire de finura. El poder refinado, en vez de someternos a base de coerciones y prohibiciones, se amolda a nosotros y trata de sonsacarnos un “me gusta”. No nos obliga a callar. Al contrario, constantemente nos anima a que contemos nuestra vida, a que expresemos nuestras opiniones, nuestras necesidades, nuestros deseos y nuestras preferencias. La protocolización total de la vida se plasma en un control absoluto sobre nuestro comportamiento. En el régimen neoliberal la dominación no se ejerce mediante la opresión, sino mediante la comunicación. La ebriedad de comunicación nos aturde. La víspera de la revolución, por el contrario, reina el silencio. La revolución interrumpe la comunicación.
Tercer motivo. Hoy nos enzarzamos a linchamientos digitales y nos lanzamos comentarios cargados de odio, pero al mismo tiempo olvidamos qué es la cólera. La cólera es un sentimiento capaz de poner fin a una situación y de hacer que comience otra. Hoy ha sido desbancada por la indignación o por el descontento, que son sentimientos incapaces de provocar cambios drásticos. Por eso sucede que también nos enojamos por lo que no tiene remedio. La indignación es a la cólera lo que el temor a la angustia. Mientras que el temor se suscita ante un objeto determinado, la angustia es ante el ser en cuanto tal. La angustia aqueja y conmueve a la existencia entera. Tampoco la cólera se dirige contra una circunstancia concreta. Niega la totalidad. A toda revolución es inherente una cólera que dice resueltamente “no” a lo que existe falsamente, a la sociedad falsa.
Cuarto motivo. Toda dominación genera sus propios objetos de devoción, que se emplean para someter. Esos objetos hacen que la sociedad se habitúe a ellos y de este modo le dan estabilidad. “Devoto” significa sumiso. El smartphone es un objeto de devoción digital, es más, es el objeto de devoción a lo digital. “Sujeto” significa originalmente haber sido arrojado debajo, y por tanto estar sometido. El smartphone opera como un instrumento de subjetivación. El like es el amén digital. Cuando le damos al like estamos acatando el sometimiento a una dominación. El smartphone no es solo un eficaz instrumento de vigilancia, sino un confesionario móvil. La confesión fue una técnica de dominación altamente eficaz. Nosotros nos seguimos confesando, solo que ahora lo hacemos voluntariamente. Nos desnudamos porque queremos. Pero no lo hacemos para pedir perdón, sino para demandar atención. El smartphone sofoca toda revolución.
Quinto motivo. En La era del capitalismo de la vigilancia, Shoshana Zuboff hace un llamamiento a la resistencia común evocando la caída del muro de Berlín: “El muro de Berlín cayó por muchos motivos, pero sobre todo porque la gente de Berlín del este se dijo: ‘¡Basta ya!’. (…) ¡Basta ya! Que esa sea nuestra declaración”. El sistema comunista, que reprime la libertad, se diferencia radicalmente del capitalismo neoliberal de la vigilancia, que explota la libertad. Estamos demasiado aturdidos por la droga digital, demasiado embriagados de comunicación, como para lanzar un “¡Basta ya!” y alzar la voz de la resistencia. En plena ebriedad de comunicación no se produce ninguna revolución. Con su truismo “Protect me from what I want”, “protegedme de lo que quiero”, la artista conceptual Jenny Holzer explica por qué hoy no es posible ninguna revolución.
Sexto motivo. El régimen neoliberal es un régimen de la angustia. Aísla a las personas convirtiendo a cada una en empresario de sí mismo. La competencia total y la absolutización del rendimiento erosionan a la comunidad. La creciente individualización, la pérdida de solidaridad y el narcisismo de las personas ahondan la angustia. Hoy también nuestro comportamiento está cada vez más marcado por nuestros miedos: miedo a fracasar, miedo a no estar a la altura de nuestras propias expectativas, miedo a no poder seguir el ritmo, miedo a quedarnos descolgados o miedo a tomar la decisión equivocada. El régimen neoliberal mete miedo para incrementar la productividad. La sociedad del miedo sofoca todo germen de revolución.
Hoy vivimos en una sociedad de la supervivencia. Avanzamos colgándonos de una crisis a la siguiente, de un apocalipsis al siguiente, de un problema al siguiente. Así la vida se atrofia y se reduce a resolver problemas. Ante acontecimientos apocalípticos como la pandemia, la guerra y las catástrofes climáticas, miramos amedrentados hacia un futuro tétrico. Hemos renunciado a las esperanzas. La vida se reduce a resolver problemas, incluso a sobrevivir. La vida es sacrificada en el altar de la angustia. Nos hemos resignado a sobrevivir. La jadeante sociedad de la supervivencia se parece a un enfermo que ya solo abriga el débil deseo de que el dolor cese pronto. La esperanza es lo único que nos permitiría recuperar aquella vida que es más que una mísera supervivencia.
Que en Europa hayan surgido fuerzas populistas de derechas tiene que ver justamente con el aumento del miedo. La fuerza opuesta, el antídoto a la angustia, es la esperanza. La esperanza nos une, crea comunidad y genera solidaridad. Es el germen de la revolución. Es un brío, un salto. Bloch dice incluso que la esperanza es “un sentimiento militante”. Ella “enarbola el estandarte”. Nos abre los ojos para una vida distinta y mejor. La angustia se nutre de lo pasado y del resentimiento. La esperanza abre el futuro. Lo único que puede salvarnos es el espíritu de la esperanza. Solo ella despliega el horizonte de sentido, que reanima y estimula la vida, y hasta la inspira.
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