Quizá todos podríamos ponernos de acuerdo en que no existe una esencia femenina, como tampoco existe la masculina. Se nace con un sexo biológico (que no se asigna, sino que se constata) relacionado con la reproducción, pero feminidad y masculinidad son resultado de un aprendizaje social, hormas que se obliga a ocupar a todos los seres humanos, que seguramente no nos “sentimos” mujer u hombre, salvo cuando interactuamos con otros. Si eso es así, la autodeterminación de género es un concepto problemático.
El concepto de identidad de género como asunto fundamentalmente “esencialista” (vivencia interna e individual o “sentimiento sentido de forma interna y profunda”, según el proyecto de ley trans) entra en contradicción, además, con lo que han venido defendiendo durante años muchas feministas: el género es una construcción que da lugar a determinados estereotipos sociales, mujer y hombre, y ha fijado durante siglos el papel subordinado de la mujer. La identidad de género no es algo esencial, sino un proceso que se construye socialmente, unos estereotipos contra los que ha sido, y sigue siendo, necesario luchar. Los argumentos esencialistas ( “es mujer quien se siente mujer”) se han ido convirtiendo, sin embargo, en hegemónicos en los últimos tiempos, hasta el extremo de que la idea de género está pasando de ser un elemento cultural colectivo a un asunto identitario personal.
Defender que la única realidad es la autopercibida y sacralizar el sentimiento como fuente de derecho es bastante contradictorio con la idea de que ser mujer es algo que se aprende y depende de elementos externos. El movimiento feminista, o al menos una parte importante de él, ha venido defendiendo que sobre el cuerpo de las personas con sexo femenino se fue construyendo socialmente un sistema de dominación que se llamó patriarcado. Ser mujer supuso durante siglos (y lo supone aún en muchas partes del mundo) ser analfabeta, no tener propiedades y estar sometida a la voluntad de hombres. Si ahora ser mujer es una decisión individual y radicada en los “sentimientos internos”, ¿qué han estado defendiendo muchas feministas desde hace más de un siglo? Si ser mujer es un deseo íntimo, en lugar de una construcción social, habrá que cambiar el significado que venía dando el feminismo a esa palabra y desvincularla de la lucha social por la igualdad.
No parece posible hablar ya de estos asuntos sin provocar una avalancha de acusaciones y descalificaciones personales. Lástima tanta agresividad. La nueva ley dará por enterrado completamente este debate y consagrará la “autodeterminación” sin matices. Lo único que parece seguir provocando polémica e inquietud en el proyecto de ley es todo lo relacionado con los niños y adolescentes, incluso tras las nuevas enmiendas introducidas por el PSOE esta misma semana. Según el texto actual, niños y adolescentes podrán “autodeterminar” su sexo en el Registro Civil a partir de los 12 años, aunque hasta los 16 necesitarán autorización judicial. Aunque la ley no dice nada al respecto, sigue siendo motivo de enfrentamiento que no prohíba prácticas de modificación genital (hormonación o cirugía) incluso entre los 12 y los 16 años, como ya se permite en algunas comunidades.
La inquietud respecto a los niños está justificada, porque es posible que se esté animando (¿influyen las redes sociales?) a optar por un cambio de sexo a niños y niñas que, simplemente, no quieran encarnar la masculinidad o feminidad que se les exige socialmente y estén expresando su desazón y malestar por ello, sin necesariamente optar por el sexo opuesto. Por lo menos es lo que opina Miquel Missé, sociólogo, consultor en el ámbito de políticas públicas por la diversidad sexual y de género, y alguien a quien difícilmente se podrá calificar de falto de empatía.
Missé piensa que seguramente hay casos concretos de transexualidad en los que está psicológicamente indicado un proceso de hormonación y cirugía (en adultos), pero que en la mayoría de las ocasiones simplemente sería bueno permitir que esos niños y niñas exploren durante su infancia y adolescencia su identidad y el papel social que se les exige, en lugar de establecer las cosas “de una vez por todas” en edades tempranas. ¿Qué de malo tiene acompañar en su exploración a esos niños y niñas, jóvenes que no quieren seguir las normas de género, en lugar de considerarlos inmediatamente “trans” y colocarles una nueva etiqueta?
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