Me inspiran terror los elogios que están desgranando en estas semanas los corifeos de lo virtual y de la enseñanza telemática (entre ellos, por desgracia, el ministro de Universidades, Manuel Castells). Ese es un peligroso caballo de Troya que, aprovechando la pandemia, trata astutamente de derribar los últimos baluartes de nuestra intimidad y de la enseñanza. Por el contrario, en medio de tantas incertidumbres, yo he madurado una certeza: el contacto con los alumnos en el aula es lo único que puede dar verdadero sentido a la enseñanza e incluso a la propia vida del docente. En 30 años de servicio, nunca había imaginado clases, exámenes ni graduaciones a través de una fría pantalla. Y, mientras algunos colegas se deshacen en elogios sobre la didáctica del futuro, yo siento la incomodidad del que vive en un mundo en el que ya no se reconoce.
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