Es mejor, pienso, variar el punto de vista: somos responsables de nuestros excesos pero no somos culpables de nuestras carencias. Somos responsables, e incluso horriblemente responsables, de habernos convertido en depredadores de nuestro entero entorno, casi siempre porque la codicia de unos se ha complementado con la desidia y la impotencia de los otros. Pero, aparecida violentamente una de nuestras carencias, nuestra infirmitas colectiva, que marcará a toda una generación, no somos culpables de ella.
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