lunes, 27 de abril de 2020

Eliminar la mentira de la política, por Manuela Carmena

Viví en primera persona esos falsos debates sobre las cifras oficiales. Una guerra de datos pueril y absurda que hoy se repite, amplificada por la gravedad de la pandemia. Ahora que tanto se le cita, recuerdo una frase de Churchill. Decía: “Algunas veces me ha convencido el argumento de un adversario, pero nunca me hizo cambiar mi voto”. Pareciera que el mismo axioma se aplica a los datos. Si los dice el “otro” son falsos. Para debatir, primero hay que consensuar los datos. No valen las sensaciones, las opiniones ni las suposiciones ¿Cómo es posible que no tengamos ni un ápice de responsabilidad y no hayamos sido capaces de consensuar los datos, o por lo menos establecer las pautas para lograr consensuarlos? En el fondo responde a ese estilo tan pueril que también he padecido y que hoy choca aún más. “Tú lo haces todo mal y todo lo que haces es solo para mantenerte en el poder”, dicho por quienes solo trabajan para alcanzarlo y que están dispuestos a hacer lo que sea para lograrlo. Les da igual apoyar algo o lo contrario con tal de denigrar al que gobierna, de desgastarlo, cueste lo que cueste, incluso a costa de la ciudadanía. La modalidad supuestamente patriótica de la puerilidad se manifiesta hoy en la antítesis: “Usted lo hace por mantenerse en el poder, nosotros lo hacemos por los españoles”. O también, con la misma grandilocuencia: “Ante la mayor crisis, contamos con el peor Gobierno”, a lo que cabria añadir, y la peor oposición. Añoramos, por ejemplar, la actitud de la oposición en Portugal, reconociendo que la suerte del Gobierno es la de todos. Conocí a Costa, el primer ministro portugués, y estoy convencida que, de haber estado en la oposición, hubiera respondido lo mismo. Sorprende que ahora, precisamente ahora, cuando más falta nos haría el sentido común, no solo no se haya mejorado nada de esto, sino que por el contrario se haya disparado la utilización más burda de la insidia y la mentira, a base de afirmaciones falsas rotundamente dichas, y/o de fotografías trucadas envueltas en invenciones calumniosas. También esto lo he sufrido en primera persona. El propio término de las fake news parece que las otorga una cierta aureola de importancia. No son otra cosa que el miserable blanqueo de inadmisibles calumnias e injurias, ante las que parece sin embargo que carecemos de medios para impedirlas o no nos atrevemos a acabar de una vez por todas. Para reconstruir nuestra sociedad habrá mucho que hacer. La sociedad civil no nos ha defraudado y no lo hará, pero la clase política tiene que dejar de prodigarse en las aberrantes prácticas de demonizar al contrario y asumir el liderazgo que le corresponde. Todos, Gobierno y oposición, de las diferentes administraciones. El Parlamento tendría que propiciar la discusión profunda sobre las propuestas y decisiones del Ejecutivo Y esto implica que habría que cambiar cuanto antes, y por encima de todo, las actitudes en el comportamiento político. Ya era una exigencia antes de la crisis, pero, esta, con sus excesos, no ha hecho sino convertirlo en más perentorio. Cuesta creerlo, pero la política debería ser un ejercicio de cooperación, no de confrontación. La historia ha avanzado gracias a la cooperación humana. El organismo social, como el propio organismo biológico, es el resultado de la suma de una cooperación inteligente. Por eso, el diálogo político no puede basarse en el discurso (¿el “monólogo”?). Los discursos no son ya necesarios. El Parlamento no puede ser el lugar donde los diputados, con más o menos habilidad, lean discursos preparados de antemano que nada tengan que ver, en tantos casos, con la intervención parlamentaria que los provoca. El Parlamento tendría que propiciar el debate, la discusión profunda pero ordenada, sobre las propuestas y decisiones del Ejecutivo y las críticas y sugerencias de los distintos grupos políticos. Sobran insultos y descalificaciones mutuas. Irreal, se diría de inmediato; el Parlamento no es un foro académico. Es cierto, pero tampoco es un patio de colegio, donde felizmente las disputas son ya mucho más razonables. Criticar, claro, ¿cómo no? Las críticas son imprescindibles para mejorar lo que hacemos. Pero, para que puedan efectivamente cumplir ese objetivo, las críticas no pueden ir acompañadas de la descalificación, el insulto, la calumnia, las injurias o las mentiras. El que critica ha de pretender que se le tenga en cuenta y para eso la empatía es también esencial, al igual que se le reclama al gobernante proponente. El que critica pretende hacer rectificar al Ejecutivo y para eso tiene que seducirlo, para que lo escuche. Solo la aceptación del posible error puede llevar a la conveniencia de rectificar. ¡¡¡Algo tan difícil!!! Para hablar y debatir sobre lo que conviene a la sociedad, desde los presupuestos y propuestas de unos y otros, es imprescindible el manejo de datos. No se puede hacer política si no se manejan datos, no valen ni las opiniones, ni las sensaciones, ni las suposiciones. Por ello, para poder debatir, hay primero, y como base de partida, que consensuar los datos. Ya sé que es difícil, pero sería imprescindible para poder avanzar como sociedad. Para ello, condición necesaria, aunque quizás no suficiente, será superar la utilización sistemática de la mentira. Si antes ya habíamos llegado a esa conclusión, los comportamientos de los políticos ante la crisis lo confirman y lo hacen aún más imprescindible. Su actitud está empezando a contaminar a esa ejemplar ciudadanía que muestra lógicos síntomas de fatiga. Como esto siga así empezaremos a ver a gente aplaudiendo a las 20.00 con lágrimas en los ojos… Ha llegado el momento de regular de forma clara y nítida las obligaciones de los representantes políticos y, desde luego, entre ellas estaría la de ser veraces. Lograrlo sería una buenísima conclusión de esta tragedia. Manuela Carmena es exalcaldesa de Madrid.

domingo, 26 de abril de 2020

La ventana,por Olga Tokarczuk

¿No será que hemos vuelto al ritmo de vida normal? ¿Que el virus no es el trastorno de la norma, sino que, por el contrario, lo anormal era el frenético mundo anterior al virus?Al fin y al cabo, el virus nos ha recordado lo que tan apasionadamente negábamos: que somos seres frágiles hechos de la materia más delicada. Que morimos, que somos mortales. Que no estamos separados del mundo por nuestra “humanidad” y excepcionalidad, sino que el mundo es una especie de inmensa red en la que permanecemos unidos a otros seres por medio de invisibles hilos de influjos y dependencias. Que dependemos los unos de los otros y que, independientemente del país del que vengamos, de la lengua en que hablemos y del color de nuestra piel, enfermamos de la misma manera, tenemos el mismo miedo y morimos del mismo modo. LEER

miércoles, 22 de abril de 2020

Renacimiento, por Rafael Argullol

Es mejor, pienso, variar el punto de vista: somos responsables de nuestros excesos pero no somos culpables de nuestras carencias. Somos responsables, e incluso horriblemente responsables, de habernos convertido en depredadores de nuestro entero entorno, casi siempre porque la codicia de unos se ha complementado con la desidia y la impotencia de los otros. Pero, aparecida violentamente una de nuestras carencias, nuestra infirmitas colectiva, que marcará a toda una generación, no somos culpables de ella. LEER

domingo, 19 de abril de 2020

De padre a hijo, por Theodor Kallifatides

Hijo mío, cuando llegaste al mundo con tus tres kilos y trescientos gramos, supe cuánto pesaba el amor. En ese instante dejé atrás la vida irresponsable que había llevado y entré en el espacio de la responsabilidad. De hombre me volví padre. Y entonces entendí a mi propio padre. Tenía yo tres años cuando los alemanes lo detuvieron, en 1941, y lo encerraron en la celda de los condenados a muerte. Torturas cotidianas, ejecuciones simuladas, hambre, enfermedades. Lo soportó todo. Porque sólo pensaba en una cosa: “En casa me está esperando un niñito de tres años. No me puedo morir.” Y no murió. Él nunca me lo dijo. Me enteré por mi madre. A mi alrededor está oscureciendo, pero antes de que caiga la noche me gustaría decirte un par de palabras sobre tu abuelo. Tú no tuviste oportunidad de conocerlo. Pero así me comprenderás también a mí. Era un hombre sencillo. Era maestro y le gustaba su trabajo. Vivía frugalmente. Un plato de comida, un vaso de vino. No fumaba, no iba al café, no engordaba. Leía. El periódico diario era su único lujo. A mí nunca me permitió leer acostado en la cama. “El escritor se pasó muchas noches en vela para escribir su libro. Nosotros no debemos leerlo acostados rascándonos como monos”. Me previno también sobre los malos hábitos. “Más tarde o más temprano, esos hábitos acaban siendo nuestro carácter.” Y tenía razón. A los 15 años yo tenía un carácter fuerte y pocos hábitos. Ahora, de viejo, tengo muchos hábitos y un carácter débil. Con el paso de los años pienso en él cada vez más. Cuando me quejaba de algo que no podía creer que me hubiera sucedido a mí, me recordaba la sentencia de Aristóteles: “Es muy probable que algo improbable suceda.” Alguna vez me enfadaba con él por la sencilla razón de que nunca era irracional. Como si no tuviera sentimientos. Pero los tenía. Sólo que para él los sentimientos no eran argumentos. Quizá eso haya sido para mí lo más difícil de entender. El amor no es un argumento. El amor tiene obligaciones, no derechos. Así hablaba conmigo. Ni siquiera la poesía nos da el derecho a describir una flor de manera equivocada. Me acordé de mi padre cuando leí a Hamsun que decía, en alguno de sus libros, que no existen las flores, existen las amapolas, las rosas, el jazmín y así sucesivamente. He necesitado una vida entera para apreciar sus palabras. Lo perdí, y relativamente pronto, cuando me fui de Grecia. No intentó impedírmelo. “Vete, hijo mío”, me dijo. “Grecia no tiene lugar para ti”. Deben haber sido las palabras más amargas de su vida. Esto es lo que quería decirte, hijo. Esto y lo más importante. “No nos rendimos. Somos seres humanos”. Eso me decía él y lo mismo quiero decirte yo. “Somos seres humanos y como seres humanos tenemos un trabajo que hacer”. Y lo haremos. Como te dije antes, a mi alrededor está oscureciendo. Pero a ti te deseo que vivas en la luz y con un corazón puro.