En momentos de desconcierto político, cuando más necesitamos que alguien nos ayude a entender lo que pasa, lo que nos encontramos es lo contrario: la política se vuelve cada vez más primaria, casi insultantemente simple. Cuando la gravedad de los problemas que nos abruman no paran de manifestarse y ansiamos encontrar respuestas, todo lo que se nos presenta son frases hechas o proclamaciones vacías. Cuando más se afirma el convencimiento de que nuestras dificultades solo pueden encontrar una solución a través de políticas de consenso, a lo que asistimos es, empero, a la casi histérica celebración del disenso y la confrontación.../...
Lo que se nos oferta es, pues, lo contrario de lo que se demanda.../...
Lo decisivo, como bien saben los expertos en comunicación política, es crear estados de ánimo. Cuanto más guerreros, mejor. Y para ello el arma decisiva consiste en irritar las emociones. Esto sirve tanto para ocultar la banalidad de los discursos como para cementar las adhesiones. Un zasca en las redes llega más que un aburrido artículo de opinión; y para descalificar al contrario basta con el insulto, no hace falta leer su programa. La clave está en conseguir un estado de alerta emocional permanente.../...
El objetivo no es aplicar una política, sino el acceso al poder como fin en sí mismo; o su conservación. La codicia del poder lo mueve todo. De ahí esa lacerante visceralidad contra el competidor. Y ese ya indisimulado nerviosismo que asola a quienes se juegan el quedar en primer lugar para liderar la potencial coalición victoriosa. La otra dimensión de la política, el adicionar voluntades para conseguir fines colectivos, pasa a mejor vida.
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