Empecemos por algo en lo que es fácil ponernos de acuerdo: los españoles tenemos problemas mucho más graves que decidir si debemos abolir la monarquía y (re)instaurar la república.../...
Sin embargo, en este debate suele ganar el que defiende el statu quo, como si cuestionarlo solo pudiese generar inestabilidad. Es lo que nos dicen a quienes querríamos un referéndum sobre la forma de Estado: reabrir la Constitución puede provocar inestabilidad y enfrentamientos. El fantasma de la inestabilidad ha llevado demasiadas veces en España a tragar lo intragable, también en todo lo relacionado con la monarquía: a ocultar los negocios y las cuentas del rey emérito o, cuando abdicó, a su blindaje exprés acordado por el PSOE y el Partido Popular para evitar que se le pudiese imputar por sus posibles delitos.../...
Hay muchas razones no para acabar con la monarquía, pero sí para consultar sus deseos a los ciudadanos, más de cuarenta años después de la muerte del dictador y de las razones que llevaron a aceptar el mal menor que era la monarquía: su discutible legitimidad en el caso de España, su comportamiento poco ejemplar, las amistades peligrosas que han mantenido con representantes de regímenes brutales, la sensación de que partidos y prensa nos han ocultado la verdad sobre los actos de la Casa Real, y también por algo que afecta a todas las monarquías, no solo a la española: porque independientemente de su mejor o peor funcionamiento, de lo respetuosas que sean con la ley, de cuánto interfieran en la política, no dejan de ser instituciones asentadas sobre la distinción de clase, la familia a la que perteneces y el poder heredado e indiscutible, cualidades, en fin, que nada tienen que ver con procesos democráticos.
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