La estrategia de la crispación no se debe al grado de exaltación, y hasta de locura, de quien la practica, sino que es una estrategia deliberada porque entiende que le beneficia para sus intereses electorales. Llegó desde los EE UU de Bush II y sus neocons, y la teorizó su principal asesor, Karl Rove.
Los politólogos han definido esa estrategia de la crispación como un desacuerdo permanente y sistemático sobre las iniciativas del antagonista político, presentado desde la otra parte como signo de un cambio espurio de las reglas del juego y, en última instancia, como una amenaza a la convivencia o al consenso democrático.Se implanta mediante la ausencia total de colaboración con el Gobierno en algunos temas que, en buena parte, se corresponden con los que hasta hace poco tiempo se habían identificado como “temas de Estado” (política antiterrorista, exterior, territorial…), que ocupan el centro de la agenda política.
Así, el partido que lidere la estrategia de la crispación renunciará a discutir las políticas del Gobierno tratando de deslegitimarlas por todos los medios; rechazará de modo sistemático las iniciativas del Ejecutivo evitando competir con él mediante la contraposición de las suyas propias; se negará a aceptar cualquier oferta de acuerdo por parte de los gobernantes, inclinándose a invertir los papeles, y exigiéndoles a aquellos acuerdos y compromisos basados en sus contrapropuestas, como si le correspondiese a la oposición la dirección de la política nacional.
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