La distorsión de la realidad aparece en sociedades en las que ya no se cree en el trabajo, en la fuerza transformadora del trabajo, y eso está pasando aquí, en el mundo occidental, un mundo calentado por lo que podríamos llamar “el pensamiento de los cinco minutos”. Es el pensamiento caliente, fruto de la velocidad de las nuevas tecnologías. El mundo se ha hecho ininteligible, y lo ininteligible está reñido con la alegría. El mundo occidental son millones de automóviles por millones de autopistas dirigiéndose hacia nadie sabe dónde; miles de millones de guasaps enviados con mensajes ingrávidos y confusos, con emoticonos delirantes; aviones, aeropuertos, trenes, ciudades con circunvalaciones misteriosas e indescifrables. Los procesos económicos casi esconden secretos teológicos. Las leyes son impuntuales y no buscan la justicia sino el mantenimiento del privilegio a través de los tecnicismos vacuos. La proporción humana de la realidad ya no existe. Por eso queremos destruir también la proporción política de la realidad. Se desvanecieron las proporciones humanas.
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