Me río yo de los expertos que nos sermonean sobre cómo supervisar a nuestros hijos. Nos contentamos con saber, presuntamente, con quién andan y con quien wasapean. No tenemos ni idea. No imaginamos la angustia de sentirse patito feo viendo continuamente cisnes en las redes. No sentimos el escrutinio del grupo al segundo en el móvil. No sufrimos —no recordamos— el vértigo de estar lleno de inseguridades mientras los demás te restriegan sus soberbias
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