Las tres figuras arquetípicas de la modernidad —el burgués que crea una empresa con obreros y capital; el sujeto moralmente autónomo que elige su estilo de vida con arreglo a sus preferencias; y el ciudadano libre y con derechos, que confía en la deliberación racional de los asuntos relacionados con el bien común— durante centurias no acabaron de perfilarse en nuestro suelo.
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