Si rebobinara el tiempo y regresara a los años de mi adolescencia, ayer habrían vuelto las cigüeñas a sus nidos, el sol derretiría la nieve acumulada en las calles durante todo el invierno y mi madre me habría llevado a Sabero a pedirle a San Blas, el santo protector de la garganta, que cuidara de la mía, trayendo de regreso de su ermita agua bendita y caramelos también bendecidos con ella para chuparlos cuando tuviera anginas o faringitis.
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