PREGUNTA. Sostiene usted que el auge de la extrema derecha es consecuencia del neoliberalismo y no, como se ha defendido, una reacción contra las élites económicas.
RESPUESTA. Hay que poner contexto para entenderlo. En los años noventa, los Gobiernos desarrollaron las políticas del crédito: los países más desarrollados desmantelaron el Estado del bienestar y quitaron poder a los sindicatos porque querían atraer a inversores ofreciéndoles las condiciones más favorables. Como aquellos Gobiernos tenían que ser reelegidos, optaron por promesas tipo: “No os podemos ofrecer más beneficios que la seguridad social, pero os mejoraremos y convertiremos en empleables. No prometemos más ayudas públicas, pero presionaremos para que los mercados os den dinero, os hipotequéis con casas y estudios y así seréis solventes”. Se convirtió a los ciudadanos en activos. Aquello generó más precariedad. Después, con la crisis financiera de 2008, los Gobiernos salvaron a los bancos y no a la gente.
P. Entonces, ¿se equivocó Podemos cuando quiso reformular la idea de patria o cuando Errejón centró parte de su discurso en la bandera española?
R. Aquello fue un error terrible. Garrafal. No funciona ni a nivel táctico ni a nivel moral. Básicamente, los afectos y emociones de la derecha no son los mismos que los de la izquierda y, por tanto, no se deben trasladar. La indignación no es lo mismo que el resentimiento o ressentiment [lo enfatiza en el francés original]. No es lo mismo indignarse frente a las injusticias que pensar que hay gente ahí fuera que está disfrutando de cosas que deberían ser mías. Pensar que puedes trasladar ese ressentiment de la derecha a la izquierda es, en primera instancia, una fantasía y, en segunda, está mal y es terrible. Por suerte, en España solo coquetearon con esa idea poco tiempo. En Francia y Alemania no ha sido así y ahí están los pésimos resultados.
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