Si olvidamos las guerras de banderas, las soluciones existen: Cataluña necesita consolidar su autogobierno sobre bases sólidas, no sometidas constantemente a la amenaza de recentralización; España necesita aceptar de una vez su pluralismo interno, en un mundo en el que las amenazas para las lenguas no son ni el euskera ni el catalán, sino ser barridas por el inglés. Acerquemos la soberanía a los pueblos, a las ciudades, democraticemos la Unión Europea. Tenemos por delante tareas mucho más apasionantes que las de poner y quitar lazos de colores y mirarnos a cara de perro calculando la próxima agresión.
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