Un fantasma recorre España: ¡plagio! ¡plagio! Es un clamor, como escriben los cronistas menos inquietos por renovar el lenguaje. Se diría que algo muy sagrado para la sociedad española ha sido violado. ¡Plagio! Y ante ese escándalo, hemos reaccionado dignamente poniendo pie en pared, no ya con una moralidad inquebrantable, sino con exquisita pulcritud intelectual. ¡Plagio! ¡Plagio! El caso es que resulta algo raro, ya que hasta ahora no parecía haber un particular interés por el plagio, y de hecho la propiedad intelectual a menudo ha sido objeto de burlas al abordar la cuestión de la piratería tan extendida aquí. Pero ahí está España, desayunándose titulares de Turnitin y PlagScan en un ay ante la posibilidad de que un político pueda haberse apropiado de ideas o parrafadas de otro. ¡Plagio! Es un espectáculo formidable. Parece que estamos a cinco minutos de que un portavoz de la oposición declare “merecemos un presidente que no nos plagie” como años atrás se decía “merecemos un presidente que no nos mienta”.
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