Cuando oigo a alguien defender a Franco o poner problemas para la exhumación de sus restos, me acuerdo de una travesura de Juan de Mairena, autor de la tragedia Padre y verdugo dedicada con simpatía a Jack el destripador. "Qué padre tan cariñoso pierde el mundo. Esto exclama Jack, momentos antes de ser ahorcado". El drama trágico fue abucheado porque el público no estaba en condiciones de comprender la intención de Mairena. Confieso que yo tampoco alcanzo a comprender a nadie, de ningún partido democrático, ni de la derecha ni de la izquierda, que pueda oponerse a que los huesos de un dictador tan cruel pasen a la memoria íntima de su familia y dejen de ocupar un espacio de Estado, después de 80 años de su victoria y de 43 años de su muerte.
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