Hoy es un domingo de abril. Concédete una fiesta republicana. Te mereces un poco de aire limpio. Como si la política fuera tabaco y uno se fumara tres paquetes diarios, llega un momento en que hay que dejar la política aparte y someterse a una cura de desintoxicación si no quiere uno morir envenenado. Ese último cigarrillo, que no consigues quitarte de la boca, es el que te mata. Así sucede con el telediario o la tertulia que no puedes apagar. Bajo la nube tóxica de la corrupción los líderes agitan su incapacidad congénita de llegar a un acuerdo, una incompetencia en el oficio enmascarada con una catarata de palabras inanes como el coro de ranas que ameniza una charca infecta. Esta murga diaria te obliga a imaginar un balneario de alta montaña o una isla desierta donde podrías regenerar tus pulmones carbonizados.
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