lunes, 31 de agosto de 2020

El supuesto virus del fascismo, por Emilio Gentile

Una de las consecuencias de la covid-19 en Italia es el descubrimiento de que el fascismo es un virus mutante, aún presente y peligroso. No tengo constancia de que nadie, para corroborar este hallazgo, haya asociado la aparición de la covid-19 en 2019 con el centenario del nacimiento del fascismo, que tuvo lugar en 1919. En realidad, el descubrimiento del virus fascista precedió a la covid-19. De hecho, en abril del año pasado, el escritor Andrea Camilleri afirmó: “El fascismo es un virus mutante”. Desde entonces, los avisos de alarma contra el fascismo viral han sido repetidos por la Asociación de Partisanos Italianos (Anpi), por periodistas, intelectuales e historiadores jóvenes y no tan jóvenes. Este año, el Día de la Liberación, que conmemora desde 1946 la victoria del antifascismo sobre el fascismo el 25 de abril de 1945, se celebró sin manifestaciones populares, debido a las prohibiciones impuestas por la covid-19. Un anciano partisano declaró: “Hoy el fascismo ha sido derrotado, no vencido. Y nunca se llegó a encontrar una vacuna”. A principios de agosto, el comité antifascista de un municipio lombardo asoció explícitamente la covid-19 “con otro virus que nunca ha sido erradicado: el fascismo”. Sorprende y, confesémoslo, causa dolor, oír decir, en el septuagésimo quinto aniversario de la Liberación, que el antifascismo solo ha ganado una batalla, y no la guerra, contra el fascismo. El descubrimiento del virus fascista puede dar la falsa idea de que el virus ha circulado hasta ahora de forma oculta. Muy al contrario, para detectar la presencia del fascismo en la Italia republicana no es necesario recurrir a la epidemiología, sino que basta y sobra con la historia. En las siete décadas de democracia, ha habido y sigue habiendo en Italia movimientos que se autoproclaman fascistas, a menudo rivales entre sí, por más que desde 1952 esté en vigor una ley que prohíbe cualquier movimiento apologético del fascismo, es decir, que se remita a los principios y métodos del fascismo. Además, entre 1946 y 1994 Italia tuvo el partido neofascista más vigoroso de Europa, el Movimiento Social Italiano (sus militantes leían sus siglas MSI como “Mussolini sei inmortale”), y durante algunos años fue el cuarto partido más votado, con administradores municipales, diputados y senadores, que en ocasiones contribuyeron a elegir al presidente de la república antifascista. Hubo grupos neofascistas responsables de complots golpistas y de acciones terroristas. Algunas de las asociaciones neofascistas más violentas fueron disueltas por la ley de 1952. Sin embargo, en 1984, el secretario del partido neofascista rindió homenaje a los restos mortales del secretario del partido comunista. Cuatro años después, dos destacados dirigentes del partido comunista rindieron homenaje a los restos mortales del presidente del partido neofascista. Siete años más tarde, en 1995, el partido neofascista se transformó en un partido posfascista, después de que declarara oficialmente que el antifascismo había sido “un momento históricamente esencial para el retorno de los valores democráticos que el fascismo había conculcado”. Esta declaración podría ser considerada por los antifascistas de 1995 como la confirmación de que en 1945 el antifascismo había ganado definitivamente la guerra contra el fascismo. Además, entre 1994 y 2011, representantes del partido posfascista elegidos democráticamente formaron parte de los Gobiernos presididos por Silvio Berlusconi, democráticamente constituidos de acuerdo con el voto de los electores. En 2010, el partido posfascista dejó de existir, tras disolverse para fusionarse con el partido de Berlusconi o dar vida al nuevo partido posfascista Hermanos de Italia, que en su mismo símbolo se proclama epígono del Movimiento Social Italiano. Es evidente, por lo tanto, incluso por estos breves apuntes, que no tiene sentido hablar de un “regreso del fascismo” porque en la Italia republicana nunca han faltado los fascistas, en generaciones sucesivas, e incluso han estado en el Gobierno, si bien nunca han logrado poner seriamente en peligro la democracia fundada por los partidos antifascistas. Con todos sus avatares y su ocasional inestabilidad, la república antifascista ha sabido garantizar las libertades políticas y civiles, incluso a fascistas y neofascistas. Esta garantía fue la consecuencia de la definitiva victoria del antifascismo en 1945. Sin embargo, en la Italia de hoy, el 68% de los entrevistados, en una encuesta del Pew Research Center, se declara insatisfecho con la democracia; el mismo porcentaje que se recoge en España, mientras que en Inglaterra los insatisfechos son el 69% , en Francia el 58% , el 59% en los Estados Unidos. Pensar que todos esos ciudadanos se han contagiado con el virus fascista es ciencia ficción política o, cuestión más grave, es una forma de eludir la gravedad de los defectos consustanciales a la propia democracia cuando se convierte en una “democracia recitativa”, que conserva las elecciones libres para elegir a los gobernantes, pero renuncia a garantizar la libertad y la dignidad de todos los ciudadanos. En todo caso, no será la búsqueda de una imaginaria vacuna contra un imaginario virus fascista lo que curará a la democracia de sus males endógenos. Sea como sea, si queremos dar crédito a la teoría del fascismo viral, hay muchas graves cuestiones que se derivan de ello. Si alguna vez se descubre una vacuna antifascista, ¿solo se les inyectará a aquellos que dicen ser fascistas? ¿Cómo podremos identificar a los infectados entre aquellos que no se declaran fascistas? ¿Se inoculará solo a los contagiados o será obligatorio para toda la población sana? ¿Y cómo habrá que comportarse con las personas que la rechacen? ¿Y si el virus fascista, después de curarse una primera vez, vuelve como huésped al mismo cuerpo? Y lo más importante, ¿a quién se le conferirá el poder de identificar quién está infectado con el virus fascista, aunque no muestre síntomas del virus? Son cuestiones inevitables, que no suponen un desafío a la ciencia, sino a la seriedad de cualquier reflexión sobre el fascismo. La interpretación patológica del fascismo no es nueva. Ya en 1944 Benedetto Croce definía el fascismo y el nazismo como “una enfermedad intelectual y moral”, generada por la crisis de la fe en la libertad, que había contagiado a todas las clases. Pero al mismo tiempo, criticaba el uso de la palabra “fascista” como acusación e insulto, que los partidos antifascistas se lanzaban entre sí, mientras la guerra contra el nazismo y el fascismo aún estaba en curso. Esa misma advertencia la hizo en 1976 el líder comunista Giorgio Amendola, uno de los jefes de la Resistencia: “Todo aquel que está a la derecha se convierte en fascista. No me canso de decir, siempre que tengo ocasión, que conservador, reaccionario, autoritario, fascista son términos que corresponden a distintas formaciones políticas, a distintas realidades. Por lo tanto, no apruebo determinadas equiparaciones genéricas y superficiales”. Giorgio Amendola era hijo de Giovanni, líder de la oposición liberal antifascista de 1922 a 1926, cuando murió en el exilio tras sufrir violentas agresiones por parte de los fascistas. El dirigente comunista, que también era historiador, rechazaba asimismo la teoría del “regreso del fascismo”: “Suele verse el fascismo italiano como un fenómeno que se repite, como si hubiera una categoría universal de fascismo. Es una abstracción que rechazo”. Pasadas otras cuatro décadas, la nueva teoría del fascismo viral demuestra que las advertencias del filósofo liberal y del político comunista han sido vanas. Quienes hablan del fascismo como un virus ignoran probablemente que se están haciendo eco del racista y antisemita Adolf Hitler, quien definía al judío como “portador de bacilos de la peor especie”. En esta situación, más que un “regreso del fascismo”, es de temer una mutación en la imagen del antifascismo para las nuevas generaciones. Después de los movimientos patrióticos del Risorgimento que llevó a la unidad de Italia, el antifascismo fue un heroico movimiento de voluntarios, hombres y mujeres, militantes en diferentes partidos, dispuestos a sacrificar sus vidas, como muchos lo hicieron, en el momento más trágico de la nación, para devolver a los italianos la libertad y la dignidad de un pueblo soberano. Y lo consiguieron, con la decisiva ayuda de los aliados, combatiendo y venciendo al más formidable enemigo de la soberanía popular. Ahora, a pesar de las intenciones de sus partidarios, la teoría del fascismo viral podría reemplazar la imagen histórica del antifascismo heroico y victorioso por otra imagen, ni heroica ni victoriosa, de un antifascismo transformado en movimiento estacional para la periódica caza del “fascista” de turno. Con el riesgo de lograr así un resultado que ni siquiera el fascismo histórico logró alcanzar nunca: ridiculizar el antifascismo. Emilio Gentile es historiador. Autor de Quién es fascista (Alianza). Traducción de Carlos Gumpert.

miércoles, 12 de agosto de 2020

La contagiosa y súbita decisión de abandonar la escuela antes de tiempo. Por Éric Dion y Véronique Dupéré

¿Qué empuja a un adolescente a dejar los estudios antes de tiempo, sin tener unas cualificaciones básicas? Los investigadores canadienses Éric Dion y Véronique Dupéré sospechaban que tenía que haber algo más que la falta de apoyo de los padres, las brechas socioeconómicas y los limitados recursos institucionales para alumnos con dificultades de aprendizaje, y por eso se lanzaron a comprobarlo estudiando a grupos de jóvenes de Quebec, una provincia donde la tasa de abandono escolar temprano es del 17%, casi la misma que en España (17,3%). Y efectivamente concluyen, en dos artículos que han publicado como autores principales entre 2017 y el pasado mes de julio, que hay un momento crítico, durante los últimos meses antes de dejar la escuela, en el que también pesan enormemente sobre la decisión el hecho de vivir algún suceso perturbador y estresante, y hacerlo en un entorno en el que el abandono es algo muy común y, por tanto, perfectamente aceptable. “Se ha subrayado mucho que una persona abandona las aulas porque arrastra una serie de problemas desde hace años. Sin embargo, hemos constatado que la mitad de los alumnos de secundaria que renunciaron a sus estudios tenían una trayectoria sin grandes sobresaltos. Por eso pensamos que hay eventos que influyen poco tiempo antes de tomar esta decisión”, explica Dion, profesor de Educación en la Universidad de Quebec en Montreal. Los autores se refirieron a ellos como los “desertores discretos”. En 2017, Dion y Dupéré ―profesora de psicoeducación en la Universidad de Montreal― mostraron en una investigación que el 40% de un grupo de adolescentes quebequeses que habían abandonado la secundaria vivieron un evento estresante de envergadura en los tres meses anteriores. Solo una pequeña parte de esos sucesos (uno de cada cuatro) tenía que ver con el rendimiento escolar, el resto fueron conflictos con otros compañeros o con profesores, cambios de instituto, crisis familiares, rupturas amorosas e, incluso, problemas legales (como acusado pero también como víctima) o de salud. Hace unos días, Dion y Dupéré completaron el análisis con la publicación de un artículo en The Journal of Educational Psychology en el que explican que el abandono escolar puede también darse por “contagio social”. Algunos académicos ya habían señalado el impacto de que un hermano o un amigo renuncie a las aulas. No obstante, Dion y Dupéré decidieron tomar en cuenta a estos dos actores con mayor profundidad, pero también a las parejas sentimentales para constatar qué influencia podrían tener y saber, igualmente, cuánto tiempo dura este periodo crítico. Para ello, trabajaron con una muestra de 545 alumnos de 12 secundarias de Montreal y sus alrededores. Solo uno de cada cuatro jóvenes que habían abandonado la escuela tenía a todos los miembros de su entorno estudiando. “Cuando aparece como una posibilidad” Dion afirma que el punto crítico se da “al surgir la idea de que abandonar la escuela puede estar bien, cuando aparece como una posibilidad”. El académico precisa: “No es una decisión tomada en función de un análisis a largo plazo. Puedes pensar que tu amigo ya no tiene responsabilidades escolares, consiguió un trabajo y no le va mal, pero sin ir más allá”. Dupéré añade: “En la adolescencia eres más sensible a tu entorno. Investigadores en otras áreas ya habían utilizado el concepto de ‘contagio social’ en los jóvenes. Por ejemplo, en actos delictivos. Hemos comprobado que también ocurre con el abandono escolar”. En sus conclusiones, los canadienses indican que cuantos más casos de deserción escolar existan en el círculo social de un adolescente, más probable será que siga el mismo camino. Asimismo, constataron que el periodo crítico para “imitar” estos comportamientos era menor a un año. El artículo menciona que los casos más numerosos de “contagio” se dan entre amigos, ya que la red de amistades es generalmente la más abundante. Pero la influencia puede ser más fuerte por parte de un hermano o de una pareja sentimental. Canadá tiene una tasa de abandono escolar del 11%. Ontario es la provincia con la tasa más baja (7%) y Quebec, donde investigaron Dion y Dupéré, tiene la más alta, ese 17% similar al de España. Una cifra que le convierte en el país de la Unión Europea con la mayor tasa, sin haber alcanzado el objetivo del 15% señalado por la Estrategia UE-2020. Croacia tiene la cifra más baja, por debajo del 3%. Cabe señalar que existen diferencias significativas entre las comunidades españolas. Basta con mostrar la brecha entre Baleares (24,2%) y el País Vasco (6,7%). Álvaro Choi, profesor de economía de la educación en la Universidad de Barcelona, comenta que, pese a avances significativos durante décadas, la tasa elevada de España obedece a factores como el nivel educativo y socioeconómico de los hogares; también a la estructura misma del sistema educativo: “Por ejemplo, la obligación de tener que superar todas las asignaturas al acabar la ESO para poder cursar ciclos de formación profesional constituía un obstáculo para el mantenimiento de los alumnos dentro del sistema educativo. El menor desarrollo y prestigio de los ciclos de formación profesional tampoco ayuda. Otro elemento sería el abuso de la repetición de curso como receta universal para ‘mejorar’ el rendimiento de los alumnos con dificultades en el aprendizaje”. Agrega sobre el caso español: “En las últimas décadas se ha observado que la tasa de abandono escolar prematuro aumenta en períodos de crecimiento económico, sucediendo lo contrario en épocas de crisis”. Esto obedece, según Choi, a que surgen oportunidades laborales para trabajadores con reducidos niveles de cualificación. Labor de orientación Respecto a la forma de reducir el “contagio” del abandono escolar, Dupéré señala: “Hay herramientas existentes que pueden servir. Por ejemplo, pensemos en las intervenciones tras una tentativa de suicidio, donde se conversa con el entorno. Podríamos hacer lo mismo con la deserción”. Choi subraya: “La labor de orientación de profesores y, en el caso de haberlos, de orientadores escolares, resulta especialmente relevante en entornos en los que los referentes educativos positivos escasean”. De acuerdo con los expertos, la deserción escolar podría aumentar significativamente a raíz de la pandemia. “Estamos frente a una situación sin precedentes y la incertidumbre es terreno fértil para dejar la escuela. Algunas investigaciones ya nos dan pistas. Por ejemplo, a muchos jóvenes con problemas de aprendizaje les parece duro iniciar el año escolar tras las vacaciones. Este es un factor de expulsión. Por otro lado, hay factores de atracción, como sucede cuando uno de tus hermanos deja la escuela. Todo esto puede amplificarse con la covid-19. Las instituciones educativas deben hacer un esfuerzo suplementario en estos tiempos”, señala Dupéré. Para Choi, la pandemia ha tenido un efecto negativo sobre todo el alumnado, aunque no de forma homogénea. “El impacto sobre alumnos de hogares con menores recursos y menor nivel educativo ha resultado más acusado. A su vez, ha existido gran diversidad entre centros educativos a la hora de implementar la educación online. Por tanto, esta pandemia muy probablemente ha aumentado la brecha educativa por nivel socioeconómico. Cabe recordar que el alumnado con un menor nivel socioeconómico ya tenía, antes de la pandemia, un mayor riesgo de abandono escolar prematuro”, afirma. Choi considera grave que aún no se hayan propuesto con vigor medidas compensatorias para los alumnos más vulnerables. “Se ha optado por minimizar la repetición de curso, y está bien que haya sido así, pero es insuficiente. Si no reducimos, y pronto, la brecha de aprendizaje, agravada por la pandemia, buena parte del alumnado más vulnerable corre un elevado riesgo de abandonar el sistema educativo”, añade.