Pocas cosas se prestan más a abusos que las reclamaciones en nombre de lejanos antepasados que sufrieron afrentas o injusticias, tanto por la discutible división de los sujetos de aquellos hechos en víctimas y verdugos como por la arbitraria identificación de los actuales reclamantes con tales antepasados. Su mismo rostro, presidente López Obrador, presenta más rasgos criollos que indígenas. Al exigir a los españoles actuales un reconocimiento de culpas genocidas, nos plantea la inevitable duda de si no será usted más probable descendiente de los conquistadores que nosotros, cuyos tatarabuelos nunca cruzaron el charco. Explíqueme, por favor, ¿por qué he de pedir disculpas yo por algo que no hicieron mis abuelos a alguien cuyos abuelos seguramente sí lo hicieron?.../...
Más sensato sería, presidente, mantenernos en el terreno de los principios, y, como Estados democráticos que somos, con el respeto a los derechos humanos como piedra angular, condenar toda agresión de un pueblo a otro, toda conquista, toda violación de libertades, todo genocidio, todo desplazamiento forzoso de poblaciones. Eso es lo que debemos hacer, tajante y diariamente. Españoles y mexicanos. Con lo que nadie podrá defender la conquista de México por Cortés, que reunió muchos de esos rasgos.
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