La conmemoración del cincuentenario del 68 es un momento óptimo para reivindicarnos. Pedimos, exigimos, que se nos trate como lo que somos, ni jóvenes ni maduros sobrepasados (por cierto, el profesor de Manchester Terry Eagleton dice que la diferencia entre los viejos y los jóvenes radica en que los jóvenes todavía creen en el concepto de la madurez), pero tampoco “viejos”, sino aprendices de un tiempo nuevo, llenos de experiencia y unas ganas locas de transmitirla y defenderla de los depredadores (el tea party planetario) que atribuyen al 68 todos los desmanes de los tiempos actuales, desde el disolvente relativismo a la laminación del principio de autoridad, sin reconocerle ninguna de sus virtudes, como haber liberalizado las costumbres y promovido la conciencia antibelicista, la lucha por los derechos sociales, el ecologismo, la igualdad de oportunidades, ¡la píldora anticonceptiva!...
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