La grave tensión que se vive en Cataluña no debería ocultar la única evidencia que permite albergar alguna esperanza: nada irreparable ha sucedido todavía. Antes de que la situación siga degradándose, los líderes que nos han arrastrado hasta este punto deberían responder a la pregunta que les dirigimos como ciudadanos sobrecogidos por un horizonte al que no queremos enfrentarnos: ¿el objetivo que se proponen es que siga sin suceder nada irreparable, o, simplemente, la victoria de su programa? Si la respuesta es esta última, reconozcámoslo de inmediato: ninguna solución es posible. No estaríamos representados por líderes que se conforman con lo posible sino por fanáticos que desprecian el coste de lo improbable. Implicarnos a los ciudadanos como comparsas de su designio hará de ellos, sin duda, personajes de la historia. Pero no por haber salvaguardado valerosamente la libertad, sino por haber comprometido irresponsablemente la convivencia.
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